-6-

1.2K 98 3
                                    

6

—Bueno... si cambias de opinión, por favor, déjame ser yo quien les organice su luna de miel.

Keira asintió. —Por supuesto. Muchas gracias, Victoria.

—Otra cosa, Dante regresa hoy de Japón, y me gustaría que Nicholas y tú nos acompañaran a cenar.

—Tendría que.... Tendría que hablarlo antes con él. No estoy completamente familiarizada con su horario... Puede llegar a ser muy impredecible.

—Espero respuesta en una hora. —Y con una sonrisa pícara se levantó y salió de la oficina.

Genial. No necesitaba más problemas. ¿Cómo demonios iba a invitar a Nicholas van der Voort a una cena en casa de su jefa? Le temblaban las piernas sólo de imaginárselo. Pero se lo debía a Victoria, no podía permitir que comenzara a sospechar sobre la autenticidad de su matrimonio.

Tomó su celular y después de varios segundos de dudas, marcó el número. Contestó una mujer, y no pudo esconder su cara de sorpresa.

Habla Jackie... Soy la asistente del señor van der Voort. Puedo tomar un mensaje por usted.

—¿No hay manera de que él venga al teléfono?

Lamento que no. Se encuentra en una reunión de último minuto, y es muy estricto en cuanto a las interrupciones.

Keira suspiró. —Solo dile que me regrese la llamada en cuanto pueda.

Por supuesto. Keira, ¿no? Por lo menos es lo que dice el identificador de llamadas.

—Sí. Keira. Buenas tardes. —Y colgó.

En el camino a casa en su auto se dedicó a pensar en alguna excusa para Victoria por la cual Nicholas no asistiría con ella a la cena. Sería una buena oportunidad para ella también poder zafarse del compromiso, pero tenía que ganarse completamente a su jefa. En algunos años planeaba poder llenar sus zapatos.

Luego de confirmarle a Victoria por medio de un texto, se metió al baño, y después inmediatamente al closet.

Eligió un corto ajustado vestido blanco, y un kimono verde con estampados florales, fue a ponerlos sobre la cama y regresó por un par de zapatos.

—Creo que tengo unas botas perfectas para esto. —Dijo mientras miraba a su alrededor.

Su corta estatura no le permitía alcanzar la parte superior del closet, así que alcanzó la escalerilla y se subió, pero tan pronto se estiró para alcanzar una caja de zapatos, sintió como la toalla que traía alrededor del cuello se cayó, dejando a la vista su desnudez.

—Maldición —Murmuró. Pero aun así se puso de puntillas para tratar de alcanzar la caja.

—Me llamaste... —Nicholas empujó la puerta semi-abierta, pero se quedó tieso al ver lo que había frente a sus ojos.

El instinto de Keira fue cubrirse los pequeños pechos con una mano, y su bajo vientre con otra. —Por Dios...

—Um... yo... ¿Me llamaste?

—Sí, podemos hablar de eso desp... —Se enredó con sus propios pies, y estuvo a punto de caer.

Nicholas se apresuró a atraparla. Se quedó mirándola fijamente una vez que estuvo entre sus brazos.

—¿Puedes...? ¿Puedes por favor bajarme? —Dijo Keira al borde de un ataque de pánico.

—Por supuesto. —Nicholas la puso sobre el piso, tratando de mantener la vista lo más alejada posible.

Guiada por los nervios, Keira seguía tapándose como podía, tratando también de no mirar fijamente al hombre frente a ella.

Nicholas se agachó a recoger la toalla, y se la tendió. —Aquí tienes.

—Gracias. —Ella la tomó, y se la envolvió rápidamente en el cuerpo-. Lo siento, yo...

—No, yo debí haber tocado. —Se aclaró la garganta-. Te decía que me llamaste...

—Sí, es que hablé con tu asistente. Mi jefa nos invita a una cena en su casa esta noche, pero alguna excusa le daré por tu ausencia.

Nicholas alzó las cejas. —¿Ya no estoy invitado?

—No, es que ya es tarde.

—Cielos, ¿cuándo fue la última vez que cené en la casa de alguien?

—¿Dices que quieres venir? —Le preguntó.

—A penas son las siete. —Dijo después de mirar su reloj de muñeca, y salió de la habitación.

Keira estaba confundida, a fin de cuentas, no le había quedado claro si Nicholas la acompañaría o no. Decidió que no importaba, y se dispuso a vestirse.

Se hizo el espeso pelo negro en una trenza de pescado a un lado, y un poco de su perfume favorito. Se pintó los labios de púrpura, le encantaba como contrastaba con su piel morena.

Se tocó con los dedos sus anillos de boda, y se miró por última vez en el espejo antes de salir de la habitación.

Cuando bajó las escaleras del pent-house, se quedó sorprendida. Nicholas estaba sentado en el sofá. Se veía relajado, con uno de sus pies apoyados sobre su rodilla, y uno de sus brazos extendido sobre el respaldo del sofá.

Lucía jeans oscuros, una camisa azul celeste, chaqueta beige, y cinturón y zapatos marrones. El cabello castaño aún húmedo, peinado hacia atrás. Frente a él, en la mesa de centro, se encontraba una botella de vino.

—Fuiste rápido. —Keira comentó, al llegar frente a él.

Nicholas se levantó. —No necesito de mucho.

—¿Y eso? —Preguntó por la botella de vino en la mesa.

Tomó la botella de la mesa y la examinó lentamente, Keira notó el anillo de matrimonio en su mano izquierda. —Merlot. 1947. —Alzó la mirada, fijándola en la de la mujer frente a él.

Keira no conocía tanto de vinos como quisiera, pero de todas maneras sonrió. —No debiste molestarte.

—Está mal visto llegar a cenar y no llevar nada, ¿no?

—Sí, tienes razón.

—¿Vamos? Jackson nos espera en la camioneta.

—No es necesario, si té no quieres, yo puedo conducir.

—Conducir no es el problema. —Dijo seco.

—¿Entonces...? —Keira no entendía.


Disimula. (En Proceso de Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora