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Aprovechó para ir a ver a su madre y así no tener que ver a Nicholas cuando volviera a la habitación. No sabía qué decirle o qué hacer. Necesitaba tiempo.

Zira estaba sola, empacando, cuando Keira entró en su habitación.

—Mamá...

Zira se dio la vuelta, pero no dijo nada.

—Mamá, ¿Podemos hablar?

—¿Sobre qué, Keira? ¿Sobre cómo dediqué mi vida a educarlas para ser mujeres de bien y tú terminas comportándote como una cualquiera?

—Yo no soy una mala persona. Me enamoré y ya.

—¿Entonces por qué te casaste? —Se cruzó de brazos, esperando una respuesta.

—Eso no te lo puedo contar, mamá.

—¿De qué estás hablando?

—Es complicado...

—Espera... ¿Te casaste con él por su dinero? ¡Eso es, no lo puedo creer!

—No, mamá. Te juro que no. Nicholas sabe que no lo amo, él tampoco siente nada por mí.

—Tienes que darme una razón, para que te pueda creer.

Keira le tomó las manos. —Necesito que confíes en mí. No lo hice por dinero, pero si por una razón muy poderosa. Ya te contaré cuando llegue el momento. Por favor, mami, ya no estés enojada conmigo...

Zira no trató de detener las lágrimas que ya corrían por sus mejillas. —Yo no quiero que seas infeliz en tu matrimonio, Keira. No como yo.

—¿Cómo así?

—Nunca le dije esto a nadie, pero... yo también me casé sin amor.

Keira estaba sorprendida, nunca imaginó que su madre hubiese vivido por años lo que ella ya no soportaba en tan poco tiempo.

—Con el tiempo me resigné, y cuando llegaron ustedes estaba tan feliz que terminé acostumbrándome.

—Pero... tu quieres a papá ahora.

—Por supuesto que lo quiero, no podría imaginar mi vida sin tu padre. Pero nunca pude sentir esa pasión y delirio sobre los que leía en las novelas rosas. —Rio, con lágrimas en los ojos.

—¿Pero por qué se casaron?

—Ya más adelante te contaré todo también. Lo único que quiero es que no renuncies a tu felicidad, por ningún motivo.

Keira asintió con media sonrisa. —Te lo prometo.

_____

Keira se había dormido temprano el miércoles, la noche antes del viaje de Nicholas a Sudamérica. Despertó en la madrugada, él dormía a su lado. Podía distinguir sus rasgos, prácticamente esculpidos, debido a la leve luz de la luna. Había olvidado correr las cortinas, y obviamente él no iba a preocuparse por eso.

¿Qué se sentiría amarlo? ¿Qué se sentiría que su corazón latiera por él y no por Neal? ¿Cómo se sentiría esas mariposas en su estómago si el motivo fuese Nicholas? Sonrió para sí, era una romántica empedernida.

Levantó una de sus manos y le retiró delicadamente un mechón de pelo castaño que le caía sobre la frente. Con la punta de su dedo le rozó la nariz, el contorno de los labios, y después acarició su mandíbula, sintiendo su barba que comenzaba a crecer.

Nicholas abrió los ojos lentamente. Tenían el azul más hermoso que ella jamás vio. Le tomó unos pocos segundos ajustarse a lo que estaba viendo.

—¿Está todo bien? —Preguntó con la voz ronca, pero no se movió.

—Sí, discúlpame. —Le pidió avergonzada-. Soy una tonta.

—No pasa nada...

—¿A quien te pareces?

—¿Qué?

—¿A cuál de tus padres?

—A mi padre, creo.

—¿Qué recuerdas de él?

—Tenía un carácter fuerte, pero... -se aclaró la garganta- recuerdo que practicábamos football en el verano, cuando el clima lo permitía.

—¿Cuál era su nombre?

—Niels. —Dijo, y Keira sintió cierta melancolía en su voz.

—Niels van der Voort. —Dijo ella, para sentir como sonaba en su voz-. ¿Y tu madre?

—Margaret.

—¿Por qué no vino a nuestra boda, Nicholas?

—Nos distanciamos cuando me fui a vivir a Berlín. Desde entonces solo nos comunicábamos por los cumpleaños o Navidad. La última vez que hablé con ella fue hace algunos...dos años.

—No sabe que estás casado...

—No.

—¿Acaso la odias?

—Por supuesto que no, es mi madre. Es solo que ella no tiene una buena relación con Emiel, y él es una parte muy importante en mi vida.

Keira lo miró fijamente por unos segundos antes de volver a hablar. —He aprendido más de ti en estos últimos días que en el tiempo que nos conocemos.

—¿Qué piensas de lo que ya sabes?

—Que todavía me falta mucho por descubrir... —Le acarició la mejilla.

Él se inclinó hacia ella, reteniendo su propio peso sobre los codos, y la besó. Le rozó con los labios la mandíbula, bajando hacia su cuello. Deslizó con dedos ágiles uno de los tirantes de su camisón, depositando allí besos húmedos.

—Nicholas... —Gimió.

Él la calló con otro beso en los labios, y deslizó el otro tirante de su hombro. Notó entonces la suavidad de la piel de ella a la punta de sus dedos, y tuvo deseos de besar cada centímetro de aquel caramelo que cubría su ser. Con su mano, acunó uno de sus pechos, pequeño, pero redondo y firme al tacto. Entonces se detuvo.

Volvió a su lado de la cama, esta vez sentado, y se echó el pelo hacia atrás. Solo se escuchaban las respiraciones aceleradas de ambos.

—Sé que...estás aún delicada y...de todas formas no quiero que esto pueda influir en tu decisión.

Dicho esto, se levantó y salió de la habitación. 

Disimula. (En Proceso de Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora