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Keira miró su reloj. Faltaban pocos minutos para las cinco.

¿A dónde iba a esa hora? ¿Ya se iba al aeropuerto? Seguro que no. Probablemente había ido a dormir a otro lado. Se tocó los labios con la punta de los dedos y sonrió.

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—¡Yuko! —Keira entró de prisa a la cocina, arrugando la cara de dolor-. ¡No me digas que ya se fue Nicholas!

Yuko dejó lo que estaba haciendo para responderle. —Sí, señora. Salió de aquí hace más o menos una hora.

—Está bien, gracias.

Sacó del bolsillo de su sudadera el móvil, y le marcó a Nicholas.

Keira... —Él le dijo como todo saludo.

—Hola, no sabía que te ibas tan temprano...

Sí, ya estamos a punto de despegar.

—¿Cuánto te toma llegar allá?

Aterrizaremos en Santiago en diez horas y media, aproximadamente. Antes de las seis de la tarde.

—Cuídate, ¿Si?

Sí. Tú también.

Cuando terminó la llamada se encontró con un texto de Neal: Te veo en casa, decía. Y debajo la dirección de aquella casa en Chappaqua.

Su rostro se encogió, borrándosele la sonrisa. Ahora sí se sentía como la cualquiera que su madre creía. Neal le ofrecía una casa para sus encuentros furtivos, mientras que Nicholas le proponía una vida a su lado. A ningún de los dos había rechazado...aún.

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—¿Va a salir, señora? —Jackson le preguntó al verla salir del ascensor.

—Sí, pero voy a irme en taxi. No te preocupes.

—Su esposo me pidió que estuviera al pendiente de usted.

—Pero no te necesito ahora. No te preocupes, estaré bien.

El viaje en taxi hasta Chappaqua tomó aproximadamente una hora. Keira estaba ansiosa, como si fuese la primera vez que vería a Neal.

El taxi se detuvo frente a una casa azul celeste de dos niveles en el corazón de Chappaqua. Se bajó y se encaminó a la puerta, un poco alejada de la acera. Aparcada en la entrada estaba la camioneta de Neal. Notó detrás de las cercas el verdor de un jardín trasero. Lástima que allí no crecería un árbol de guayabas.

Tocó a la puerta, esperando en el pórtico. No tenía ganas de buscar en su bolso las llaves. Allí habían dos mecedoras, lo que le hizo recordar su infancia en casa de sus abuelos en Santa Lucía.

—Al fin llegas. —La besó brevemente.

Ambos entraron a la casa, cerrando la puerta tras sí. Estaba amueblada en su totalidad.

—Este lugar es increíble. —Dijo ella, maravillada.

—Vamos a pasar momentos muy felices aquí... Hasta que podamos pasarnos la vida.

—Neal... ¿Cuánto te está costando arrendar esto?

—No importa, no quiero que te preocupes por eso.

—Nicholas quiere que lo intentemos. —De nuevo, habló sin saber por qué.

—¿Qué intenten que? —Neal le preguntó.

—Tener una relación. Ser marido y mujer.

Él enarcó las cejas, incrédulo. —Entiendo que le dejaste muy claro que eso no va a suceder.

—No le dije nada.

—¿Y eso por qué? —Preguntó serio.

Ella no respondió de inmediato. Estaba pensando. —No lo sé.

—¿Cómo que no lo sabes? ¿De qué diablos estás hablando?

—Es la verdad, Neal. No sé qué quiero decirle. Nicholas y yo hemos estado acercándonos ultimamente y...

—¿Así que estás jugando con los dos?

—Es más complicado que eso.

—Aceptaste que tuviéramos esta casa hace solo unos pocos días. ¿Cómo que te estás acercando a él?

—Yo te amo a ti. Pero Nicholas...

—¿Nicholas qué, Keira?

—Es...conveniente.

A Neal se le descompuso el rostro. —¿Qué?

—Sí. El y yo no tendríamos que escondernos. Todo sería mucho más fácil.

—¿Estás hablando en serio?

—No lo se, Neal! —Gritó-. No sé lo que quiero, ni con quién lo quiero... No sé lo que es mejor para mi. Solo sé que esto está acabando con mi sanidad mental.

—Cielo... Tú no puedes echar a la basura este amor tan intenso que sentimos por un imbécil que se casó contigo solo porque le era conveniente a su familia. Así como te escogieron a ti, pudieron escoger a cualquier otra. Tú necesitas un hombre que te escoja a ti entre un millón de opciones. Ese hombre soy yo, Keira.

Eso era cierto. Si otro hubiese estado en el lugar de su padre, Nicholas habría terminado casándose con la hija de aquel otro, y no con ella. Sus caminos nunca se hubiese cruzado si otras fueran las circunstancias.

—Neal... yo tengo que pensar algunas cosas. No debí haber venido.

—Keira, yo te amo.

—Lo sé. Yo también a ti, pero...

Tuvo que morderse la lengua para no repetir aquello que Nicholas le había dicho hace poco: El amor no era siempre lo más importante en una relación.

—¿Pero...?

—Dame tiempo, ¿si? Entiende que no es fácil la decisión que tengo que tomar.

—Pero la decisión ya la habías tomado!

Ella no dijo nada.

No entendía su propio comportamiento. Estaba segura de que no quería nada con Nicholas. ¿Cuándo había cambiado de parecer? Más importante aún... ¿Por qué?

Disimula. (En Proceso de Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora