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Nicholas acababa de salir de la ducha. Estaba cansado. Mucha gente ya se había enterado, y no paraban de llamar. Tuvo que darle claras instrucciones a Yuko de que no diera información a todo mundo.

¿Por qué se había quedado en el maldito hospital toda la noche? Keira no se lo merecía... Se había embarazado de otro. ¿Le dolía?

-Maldición... -Murmuró para si, al darse cuenta de todo lo que esa mujer y sus acciones comenzaban a causar en él.

Pensar en Keira era olvidar los problemas en la compañía. Pensar en Keira era no tener que correr con Amber casa vez que quería huir. Pensar en Keira le revolvía el estómago, y eso era algo que no había sentido nunca.

. . . .



Keira despertó de su narcosis para encontrarse con una mujer sentada junto a ella. Tenía la vista en algo sobre su regazo, un libro... una Biblia.

—Mamá...

La mujer alzó la vista, y sonrió. Era delgada al igual que Keira, y como ella, tenía los ojos verdes. Las arrugas alrededor de ellos delataban su edad, pero su piel oscura la disimulaba bastante.

—Kiki... -Susurró, acariciando con su mano la frente de su hija.

—¿Mamá, cuando llegaste?

—Hace unas horas. Has estado dormida por un buen rato. ¿Cómo te sientes?

—Tengo algo de sed...

La madre alcanzó un recipiente con hielo y se dispuso a dárselo a Keira.

—Me llamaron anoche desde tu casa. Tu padre no pudo venir conmigo, pero tomará el próximo vuelo esta noche.

—No es necesario que venga, mamá. Estoy bien.

—Nada de eso. Estuve hablando con tu médico, y me dijo lo de tu bebé. —La besó en la frente-. Necesitas a tus padres aquí contigo durante estos momentos.

—Mamá...

—No sabía que querían tener un bebé tan pronto.

—Fue un accidente. —Confesó.

—Hija, para Nuestro Dios no hay accidentes.

Keira rodó los ojos disimuladamente.

—¿Y Nicholas? No lo he visto por aquí...

—Fue a la casa a darse un baño. Estuvo aquí toda la noche.

—Me alegra que hayas encontrado un buen hombre. Que te quiera, que te respete...

Ella no dijo nada.

—Ya puedo estar tranquila. Sé que dejaré a mi Kiki en buenas manos.

Si su madre supiera. Si tan solo ella tuviera el valor de decirle la verdad.

Abrió la boca, pero nada salió de ella. Entonces tocaron a la puerta.

—Adelante. —Dijo la madre.

—Buenos días. —Una enfermera entró en la habitación. Traía entre las manos un cesto de flores de diversos colores. Lirios y anastasias.

Sabía que eran para ella, pero sintió un hueco en el corazón al pensar que serían de Neal. Su madre se inmiscuiría, y ella no sabría cómo salvarse el pellejo. Se sorprendió así misma deseando que fueran de su esposo, pero sabía que el no le enviaría flores luego de la conversación que tuvieron antes. Se había embarazado de Neal. ¿Qué hubiera hecho de no haber perdido al bebé?

Disimula. (En Proceso de Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora