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—No me estoy disculpando por besarte... —le acarició el labio inferior con su pulgar-. Solo por haber lastimado tu herida...

—¿Por qué quieres confundirme? —Le preguntó, sus ojos reflejaban súplica.

—¿Confundirte? —Musitó-. Yo no deseo tal cosa...

—Esto...

—Ya hablemos de esto...—La besó en la frente-. Pedí a Yuko que nos sirviera la cena en la terraza, solo nosotros dos.

—¿No quieres cenar con mi familia?

—A mi no me importaría, pero sé que si no has bajado en todo el día es porque no quieres ver a nadie.

Keira trató de ocultar su sonrisa. Sí estaba harta del encierro todo el día. —¿Te importa si me doy una ducha rápida primero?

El asintió. —Adelante.

Cuando salió del baño, Nicholas ya no se encontraba en la habitación. La mayoría de sus cosas ya habían sido acomodadas en uno de sus armarios. Se vistió rápido con un suéter ancho, y leggings que rara vez usaba. Se recogió el pelo en su famosa trenza de pescado, y se puso algo de color en las mejillas para aliviar su palidez.

Cuando bajó las escaleras, pudo escuchar a su familia en el comedor, pero decidió no presentarse ante ellos. Caminó hacia la terraza, la mesa estaba puesta para dos. Las bombillas estaban apagadas, pero en la mesa y en el piso había pequeñas velas encendidas.

Nicholas estaba de espaldas a la puerta, con la vista a la ciudad de Nueva York. Traía en las manos una pequeña copa de cristal con una bebida de color ámbar. La camisa blanca doblada por los codos, y una mano dentro del bolsillo. Ella nunca se había detenido a admirar su trasero. Una palabra: mortal.

Keira abrió la boca para decir algo, pero prefirió, en cambio, caminar de puntillas hacia él, y abrazarse a su espalda. Él se estremeció por un instante, pero luego se dio la vuelta.

—Ya Yuko trae la cena. —Dijo antes de besarla.

Ella sonrió, y se encaminó a la mesa. Nicholas haló para ella la silla como todo un caballero.

—Gracias. —Dijo Keira, tímida.

Él la admiró por breves segundos. —Luces...cómoda.

Keira enarcó una ceja. —¿cómoda?

—Sí. No me malinterpretes, es solo que no acostumbro a verte vestida así.

—¿Te molesta?

—Por supuesto que no. —Se sentó frente a ella.

En ese momento Yuko entró en la terraza con una bandeja. —Preparé la cena favorita del señor, especialmente para esta noche.

La cena favorita de Nicholas van der Voort. Keira no tenía ni la menor idea de que se trataba.

Yuko retiró con cuidado la tapa para revelar dos platos de cordero rostizado en salsa con vegetales, acompañado de patatas.

—Luce delicioso. —Dijo Keira, mientras Yuko dejaba los platos-. ¿Que es?

—Sauerbraten. —Dijo con facilidad-. Este está preparado con cordero. Pero en casa mamá lo preparaba con carne de caballo.

Keira subió la vista de su plato. —¿Estás hablando en serio?

—Por supuesto. —Puso la servilleta sobre su regazo-. Una completa exquisitez, vida.

Vida. Otra vez.

—Nunca me has hablado de tu mamá...

—La dejé cuando era solo un adolescente para irme a Alemania con mi abuelo...

—Con Emiel...

—Sí. Ella aún vive en Países Bajos. Mi padre se la llevó de Londres cuándo eran aún muy jóvenes.

—¿Es inglesa?

—Sí.

—¿Y tú papá?

—Murió cuando era muy chico... Tengo muy pocos recuerdos suyos...

—Lo lamentó.... ¿Por qué te fuiste a vivir con Emiel?

—Soy el único nieto que tiene, y quería asegurarse de que fuera capaz de manejar bien las cosas... No fui un chico fácil.

—¿A qué te refieres? —Estaba en verdad interesada en lo que él tenía para contarle. Estaban compartiendo la cama, y prácticamente no sabían nada el uno del otro.

—De no haberme ido con Emiel a Alemania, me habría convertido en un drogadicto, o estaría ahora muerto. Es la única figura de padre que he tenido.

—Tanto así...

Nicholas asintió. —Él me convirtió en una persona centrada, decidida, sin miedos... Gracias a mi abuelo, logré convertirme en lo que soy ahora.

—¿Es por eso que aceptaste tan fácilmente casarte conmigo? ¿Para complacerlo?

—Keira... Esto no tiene porqué ser un problema.

—¿De qué estás hablando? Cuando firmamos el contrato de matrimonio, acordamos...

—Sé perfectamente lo que acordamos, pero ya estás metida en esto. Aceptaste. ¿Por qué no aprovechamos la oportunidad?

—¿Acaso me quieres? —Preguntó extrañada-. ¿Es eso?

Nicholas sonrió con cinismo. —No estoy hablando de amor. Pero... —Se acomodó en la silla, el empresario en él se apoderó del momento-. Ambos tenemos necesidades, de todas formas tenemos que convivir, así que me parece práctico que...

Keira lo miró horrorizada. —¿Práctico? ¿Quieres meterte en mi cama solo porque es práctico?

—¿Estabas esperando una declaración de amor?

—Vete al diablo. —Se levantó tan rápido como el dolor en el vientre le permitió, y tiró la servilleta sobre la mesa antes de volver dentro de la casa.

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Disimula. (En Proceso de Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora