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—Tienes razón... no se lo que me pasa.

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Los empleados del hotel les habían recomendado un club nocturno muy popular en la ciudad. Keira había insistido en que tomaran un taxi porque no quería arriesgarse a que no pudieran disfrutar de la noche, o a que sufrieran un accidente.

Bajo las luces intermitentes del club, Keira frotaba su cuerpo contra el de su esposo al ritmo de la música. Ella se había encargado de que tuviera siempre un trago con el propósito de que se relajase y bailara con ella toda la noche, y lo había logrado. Nunca había visto a Nicholas tan despreocupado. Estaba muy lejos de parecerse al hombre de negocios que era siempre en Nueva York.

—Ya vámonos... —Nicholas susurró en el oído de ella, mientras bailaban al ritmo de una lenta y apasionada melodía.

—¿Por qué? —Keira le rodeó el cuello con los brazos. Él estaba sudado y a ella le gustaba.

—Porque quiero enterrarme en ti... —La besó-. Hacerte el amor hasta que amanezca.

Keira no se hizo de rogar, le tomó la mano y se dirigieron a la salida.

—¿Qué hacemos, tomamos un Uber? —Nicholas preguntó. Lucía confundido, estaba ebrio.

Ella río. —Estás borracho, mi amor.

—No, tú estás borracha.

—A ver, dame tu teléfono.

Llegaron al hotel pasadas las tres de la mañana, y despertaron desnudos antes de las diez.

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Era ya mediodía del sábado cuando llegaron a Castries. Nicholas detuvo la camioneta en una calle sin salida, de apariencia tranquila. Enfrente de una casa blanca de un solo piso con destacados rojos. La propiedad se encontraba detrás de una cerca de metal, más por decoración que protección. El jardín delantero gozaba de un verdor como salido de una pintura, protagonizado por un frondoso árbol de lima, debajo del cual colgaba una hamaca inmóvil.

Al bajarse Keira tomó un respiro hondo, y se quitó las gafas de sol, pero no sé movió. Estudiaba en silencio la estructura de aquella casa que había abandonado para perseguir sus sueños.

—¿Qué pasa? —Nicholas le preguntó al detenerse a su lado.

—Es que...no puedo creer que esté aquí, Nicholas.

Él tomó su mano entre la suya, y se la llevó a los labios. —No quiero que estés así, quiero que lo disfrutes.

—Y lo estoy haciendo, es solo que... estoy un poco abrumada. Pero, te juro que no hay otra persona con quien yo quisiera estar compartiendo esto.

—Me alegra escucharlo, ¿Vamos?

—Vamos.

Nicholas corrió la pequeña puerta de metal para darle paso a su esposa, caminó tras ella por el sendero empedrado que llevaba hacia la puerta principal. Keira subió los tres escalones que elevaban la casa, y tocó a la puerta.

—Es una casa fascinante. —Dijo él, observando mientras esperaban.

—Sí, todo en Santa Lucía es increíble.

Rita, la hermana menor de Keira fue quien abrió la puerta, y tan pronto la vio se lanzó a sus brazos.

Luego de saludarlos, Rita los invitó a pasar. Nicholas estudió el interior de la casa con la mirada. El salón estaba pintando, extrañamente, de verde brillante y amarillo pastel. Dos colores que personalmente él no hubiera unido, pero le pareció bastante folklórico.

Disimula. (En Proceso de Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora