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—Toma, límpiate, tienes un poco de harina por la boca y también en los lentes.

—Gracias Rhú —dijo, agarrando el paño que éste le ofrecía y se acomodó en la mesa del rincón.

—¿Alguna vez dijiste algo a viva voz sin pensarlo?

—Todavía digo cosas sin pensarlo, no somos máquinas pre programadas, es parte la naturaleza humana —contestó el panadero mientras le servía una taza de café.

—Si, eso es cierto, pero no creo que anduvieras por ahí diciéndole a cualquiera lo primero que se te viene a la cabeza y menos a un total desconocido.

Rhú, tras el mostrador con una tenaza en las manos en busca del croissant con el punto exacto le dijo con la mirada —vamos, ¿qué esperas? escúpelo ya.

Nina se llevó la taza de café a la boca queriendo tapar su rostro entero, se supo sonrojada y no sabía si contarle de rabo a cabo lo que acababa de hacer.

Ella le confiaba sus secretos y sus travesuras de colegio, pero a medida que crecía aprendió a tener reserva de sus acciones frente a Rhú porque deseaba - de una manera extraña que no lograba explicar - que la viese como a su igual y no como a la niña que conocía desde seis años atrás.

Reuben Costa "Rhú" trabajaba desde los quince en la panadería, era un chico honrado, trabajador fiebre y estudiante dedicado.
Se levantaba a las inhóspitas dos de la mañana sin falta para comenzar su faena diaria y cuando tenía diecisiete años exactos una día su vida se vio interrumpida por una niña de roja melena y gigantes ojos verdes que apareció sin más alborotando la campanilla de la entrada, le tomó afecto de inmediato y ella se apegó a él porque encontraba graciosa en que la trataba.

Se hizo costumbre que apareciera faltando quince para las cinco a diario y sin falta, sentía una alegría indescriptible con cada ocurrencia y locura propia de la infancia, pero los años pasaron más rápido que las hojas de un libro y una mañana la encontró creciendo frente a sus ojos.

Ya no podía jugar de la misma manera con ella así que se conformó con verla aparecer con el sol tras la espalda cada mañana, a escucharla adolecer por culpa de la pubertad y a veces a su silencio.

Aún con el paso de los años ella todavía corría a sus brazos sin falta para el buenos días diario, el sonoro beso en la mejilla que a veces debía de acortarse por sentirse más cerca de lo debido.

Era Rhú quien guardaba con más que cadenas sus impulsos sobre Nina.

—Creo que ando hormonal, si, son las hormonas, no me hagas caso, ¡malditas hormonas! —dijo muy segura de sí dando la vuelta entera de sus globos oculares hasta dejarlos en blanco mientras se metía otro pedazo de croissant en la boca.

"Hormonas, malditas hormonas, yo también puedo sentirlas" —pensó Rhú mientras clavaba su puño en la quijada recostado sobre el mostrador tratando de contener un suspiro sin quitarle los ojos de encima a Nina.

La chica se tragó el último sorbo de café y Rhú se apresuró a armar la caja con el pan del día de la familia Cassiani, se lavó las manos, por el espejo que estaba junto al lavabo se encontró de nuevo con la mirada de Nina él le sonrió como de costumbre y se apresuró para abrirle la puerta tal y como lo había hecho desde de siempre.

—Cuídate Cabeza de Remolacha, te veo mañana

—¡Que tengas un día harinoso, patea grumos por mí —le dijo con un guiño travieso y se cruzó la calle.

Rhú no se quitaba de la puerta hasta que la figura de Nina Cassiani ya no era visible para sus ojos aunque el horno, insistente, le avisara que el pan estaba a punto de quemarse.

¡Corre Nina, crece! ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora