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Varias semanas habían pasado desde el "misterio de la gabardina".

Nina había seguido al pie de la letra la reprimenda-consejo que le había dado Rhú, pero también había cavilado y formulado un sinnúmero de teorías muy locas sobre quién era el dueño de aquella prenda de cuero y la sombrilla, aparentemente, japonesa.

Había investigado en internet y por la marca en la etiqueta de la gabardina le catalogó como prenda de lujo.

La susodicha costaba alrededor de los $750 (a precio rebajado luego de aplicarle todos los cupones de descuento que se encontró por la red) lo cual significaba qué el dueño original debía de ser todo un profesional o alguien con la economía demasiado holgada como para poder comprarla y en el peor de los casos también pudo ser un asaltante de tiendas, un comprador del mercado negro, un ladrón de casas o de tendederos.

Aquello le aterraba más cuando la lógica y la razón, que le predominaban en la mente, aparecían para recordarle sobre las circunstancias en que esa gabardina había terminado en sus manos: ¿quién, con el dinero suficiente para comprar una gabardina de cuero de $750 dólares americanos, se desplazaba en un autobús público?. O peor aún: ¿qué tipo de persona se desprende tan fácilmente de algo con tanto valor monetario?.

Eso le carcomía igual que un ácido en el alma y también en su muy delicada conciencia.

Nina, por eso y sólo por eso, prefería pensar que un hombre con un trabajo digno y no se sabe cuántos títulos la compró con esfuerzo o en su defecto fue un regalo por algún logro. Pues la idea del ladrón comerciante del mercado negro le daba pánico y hacía que le dieran ganas de rascarse por todo el cuerpo de sólo pensar que podría haber estado a merced de alguien así.

Nina Cassiani Almeida comía libros, era bebedora empedernida de café, tenía debilidad por los animales heridos más un gusto refinado por el manga y el buen anime, se deshacía los oídos con música añeja a todo volumen, odiaba los globos -por ser algo tan efímero - y detestaba no tener respuestas cerradas a las situaciones de su vida diaria, pero en compensación a esto último tenía también una imaginación envidiable.

En una de sus locuras en la soledad de su habitación había puesto la gabardina en un gancho colgando de un clavo de su inmaculada y siempre blanca pared, la había interrogado y "sometido a tortura" jurándole que iba echarla a la lavadora con cloro si no hablaba y le decía quien era su verdadero dueño.

En el interrogatorio la gabardina juraba que no sabía quién era, es más, la gabardina no sabía que ella era una gabardina. Lo mismo decía la sombrilla - quien era la más misteriosa - puesto que solo sabía decir "solo soy una sombrilla" ya que hablaba 100% japonés.

Los kanjis que Nina se encontró grabados en el mango de ésta no pudo descifrarlos porque por desgracia no sabía ese idioma y en internet no había hallado ni una sola sombrilla exactamente igual a esa.

A veces dejaba la gabardina colgada en la percha junto a su uniforme, pero un día que tuvo una pesadilla en la que el dueño sin rostro de la gabardina la perseguía con todo y ésta puesta, tuvo poquito de miedo y decidió meterla en el fondo menos visible de su desolado closet.

Pasada tal vez una semana desde el interrogatorio inicial y superado el miedo de aquel mal sueño, Nina sacó la gabardina nuevamente, esta vez con intención de someterla a tortura (aunque fuera en su imaginación) sino hablaba con la verdad sobre sus costuras.

Al final, recapacitó de que si seguía en éstas "chifladuras" probablemente la dictaminarían como la fuente de imaginación más inacabable o simplemente como desquiciada mental.

Estaba aburrida y recordó que desde que la usó aquel lunes de marzo no sabía cómo se veía con semejantes kilos de cuero encima, se la llevó al baño a hurtadillas y sin más se la puso frente al espejo.

Ahogada de la risa por lo absurda que se veía comenzó a hacer imitaciones - de esas que le salen de maravilla - como la del hombre sin cabeza, detective malo-detective bueno y la clásica e infaltable "are you talking to me", en esa estaba cuando metió la mano en el bolsillo derecho y entonces sus dedos rozaron un pedazo de papel que le cortó levemente el índice, sintió el ardor y la calidez con la brotaba aquella gota de sangre y el corazón con arritmia por estar demasiado acelerado.

Con los ojos cerrados sacó aquel trozo de papel y sintiéndose muy pero muy tonta - por haber buscado en todos lados menos en el lugar más obvio - leyó en voz alta:

* Para que no te mojes
Sleepy Girl, cuídate para mí pues algún día, juro,
que te volveré a ver. *

Nina no pudo reprimir el grito y dando brincos de emoción salió del baño, victoriosa, se tiró a la cama y como si en sus manos tuviera un billete premiado de lotería no cabía en el universo de la alegría.

Estaba feliz a pesar de que la pequeña tarjeta de presentación con la tinta corrida por el agua no tenía el nombre de quién la había escrito: la caligrafía le delató que al menos debía ser un hombre educado.

Y su inocencia tardía no le dejaba leer ese mensaje entre líneas que aquél había dejado en sus manos.

¡Corre Nina, crece! ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora