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—¿Te he decepcionado Sleepy Girl? —preguntó muy atento Darío Elba y esperaba escuchar la respuesta verdadera de las emociones de Nina Cassiani, quien lo veía con estupor y aunque había tanta confusión en su rostro si se podía distinguir el enojo y algo muy parecido al desencanto en su única palabra

—¡Fumas! —exclamó ella sin poder maquillar ni una pizca de asombro en su tono de voz: acababa de descubrir a Darío recostado contra la lavadora despidiendo humo como si fuera una chimenea en pleno trabajo a la mitad del más crudo invierno.

—Desde los quince —confesó él con tranquilidad, cruzado de brazos y con el cigarro todavía pegado a la boca; tantos años lo habían vuelto hábil en el vicio y podía sostenerlo y conversar sin necesidad de usar las manos.

Ella había coincidido con su rostro en varias ocasiones, había estado muy cerca de él lo suficiente como para tragar su aliento y aunque su olfato era demasiado bueno nunca había percibido la inconfundible pestilencia de la nicotina; en cambio sólo había saboreado un embriagante aroma a bergamota en su hálito cada vez que hablaban.

Darío Elba no tenía la facha de ser un fumador empedernido aunque el placer en su actitud de no inmutarse para nada, reflejaba lo contrario y Nina Cassiani nunca imaginó que él sucumbiera ante un vicio tan destructivo y eso le causaba un tanto de rabia

—¿Al menos estás consiente de lo que te estás haciendo?. ¿Te has tomado siquiera el tiempo necesario para sacar una placa de tus pulmones y revisarlos? —preguntó Nina con mucha propiedad como si fuera partícipe de la sentencia en un juicio.

—Estoy bien —dijo con desgano.

Era la primera vez que alguien le reclamaba por su hábito, antes de conocer a la pelirroja nadie le había reprochado fumar ni siquiera su papá.

—¿Cuánto gastas por día?. ¿Una cajetilla? —continuó bombardeando Nina en su investigación. Ahora que había descubierto ese problema de Darío no pensaba abandonar el tema hasta hacerlo reaccionar por su propio bien y no iba a tener compasión y le daría la reprimenda que se merecía.

—Relleno mi cigarrera cada mañana, a veces le caben doce a veces menos, depende de la marca —contó, obviando el número exacto.

La verdad es que "a veces" se le pasaba la mano y perdía la cuenta; en sus días buenos quizás sólo consumía tres cigarros, uno después de cada comida como si fuera un postre.

Pero cuando le pasaban cosas como las del día de hoy no pensaba en los números sólo en calmarse.

—¡No estás contestando mi pregunta Darío nada más estás rodeando la manzana y ya deja de fumar mientras te hablo!. —reprochó ella con más severidad porque Darío seguía fumando y como Nina no vio intención en él por dejar de hacerlo le arrancó sin lástima el cigarro de la boca y lo partió en dos.

Darío se quejó sin sonidos sólo con una mueca, pero no se quejó por ver su fino cigarrillo en el piso, sino porque junto al filtro estaba pegado un buen trozo de su labio inferior y la sangre acudió puntual a la herida. Nunca había visto molesta a Nina y era tanta la atención que le había prestado que se le secó la boca y olvidó usar su lengua para remojarla.

Nina palideció y asustada por el daño cometido en su arrebato se tapó su boca con ambas manos, pero al ver la gota de sangre a punto de convertirse en un chorrito se apresuró a detenerla envolviendo el dedo índice de su mano derecha con un extremo de su blusa.

Por los muchos cigarros que había consumido, Darío Elba ya tenía sus cinco sentidos amarrados a la Tierra y estaba muy relajado y no iba a enojarse con ella por su falta de tacto. Ese pedacito de labio perdido para él era una simple herida más acumulada encima de otro montón, pero si tenía un gran significado: por que Nina Cassiani era la primera mujer, además de su madre y de Hirose, que habían mostrado tenacidad para con él y sus acciones.

¡Corre Nina, crece! ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora