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—¿Por qué tan nervioso? —preguntó calmo y con la voz comprensiva mientras depositaba una mano sobre su hombro, sabía que así le transmitía la seguridad que a él le faltaba en esos momentos cruciales.
No le tomó mucho tiempo descifrarle el modo. Él era tan sencillo como explosivo y no es que fuera tan predecible como para intuir cada uno de sus pasos, pero si era conocedor de que respondía dependiendo de la forma en que se le diera su espacio para reaccionar, pues tenía un orgullo, terquedad y capricho no tan fáciles de apaciguar.
El otro, haciendo gala de su incapacidad para aceptar que urgía de ayuda, se hizo el desentendido y con la mirada fija al frente, se limitó a murmurar:
—¿Hnm?
Desde que pudo hacer uso de memoria y contar, supo que las manos amigas con las que se había topado en su vida eran escasas y aún temía de acogerse de las que sabía benévolas. Tenía recelo de confiar, ese era su más grande defecto y por eso, él sin dejar de verle ese perfil que el otro se empecinaba en mostrar, le pidió:
—Vuélveme a ver.
Después de echar la cabeza hacia atrás, vacilando entre reniegos, hizo lo que le pedían a sabiendas de que al verlo a la cara no podía ocultarle que seguía temeroso de errar.
—Ha pasado mucho desde la primera vez, ¿verdad?, tanto que hasta ya perdí la cuenta, recuérdame: ¿cuántas veces hemos hecho esto? —continuó insistiéndole para llenarle de valor, nunca para humillarle.
—No, no lo es —contestó a secas y el rubor corrió presuroso a sus mejillas hasta dejarlo en pena evidente —Van veintinueve contando ésta, pero sigo temiendo como si fuera la primera —y al aceptar esto último se llevó las manos a la cara para intentar ocultar su vergüenza —Y ya sabes a qué le temo, no quiero explicártelo de nuevo.
—Y por eso bien sabes que no voy a molestarme —añadió paciente antes de darle palmaditas en el hombro junto a un leve apretón en esas rojas mejillas para hacerle reaccionar —Me es indiferente si hubiera daño alguno, vuelvo a repetírtelo y te lo he demostrado ya con anterioridad: no importa lo que llegue a suceder.
—¡Es que el espacio es muy estrecho y angosto! —trató de excusarse estando ya un poco ofuscado —¡No va a caber!
—Es la medida exacta, ni un milímetro de más ni uno menos, aquí lo único que falta un poco de confianza de tu parte. Acomódate o de lo contrario mejor sácalo, mira que tenemos audiencia —quiso de ésta forma ver si presionándole, avanzaba.
—¡Que no es tan fácil! —se quejó —¡Soy nuevo en esto a diferencia tuya que práctica te sobra! ¡Llevas desde los dieciséis haciéndolo a diario, me llevas cinco años de ventaja y pensar en que tengo público delante y atrás esperando a que me mueva, no me ayuda en nada!
No pensaba dar su brazo a torcer, en terquedad se parecía a ese otro él.
—¡Oh, vamos Reuben Costa, no me pongas eso de la edad como un pero! —persistió Darío Elba.
Abrumado y acorralado, no le quedaba de otra más que seguir intentando eso para lo que le había citado.
Estacionarse en posición de salida era realmente complicado desde la perspectiva de el panadero que se batía a duelo por vigesimonovena vez ante ese espacio preciso entre dos vehículos y el que él intentaba parquear, pero con Darío como instructor, no tenía más opción que seguir intentando hasta lograrlo.
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¡Corre Nina, crece! ©
Ficção Adolescente❝Juventud, divino tesoro, ¡ya te vas para no volver!. Cuando quiero llorar, no lloro... y a veces lloro sin querer...❞ (Canción de Otoño en Primavera por Rubén Darío). Todos pasamos por la adolescencia: no hay quien se salve. Algunos mueren en el in...