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—¿Así de profundos son los sueños de Nina? —preguntó Hirose y quien debía responder, aunque quiso contestar, no pudo emitir ningún otro sonido que no fuera el de suspiros delatores.

Por tener el recuerdo tan vívido de todas y cada una de las veces que había visto a dormir a la pelirroja, Darío Elba suspiraba y no necesitaba cerrar los ojos para poder ver en su memoria esa expresión que amaba apreciar en Nina Cassiani y es por eso que también sonreía con la mirada puesta en el cielo; por tener en su mente la reminiscencia de aquella tarde de lluvia de cuando vio por segunda vez, sin reconocer su encuentro previo, ese rostro pecoso reflejado a tres cuartos sobre el cristal de la ventana del autobús.

Fue ese preciso día en que, sin saberle el nombre, Darío conoció la naturaleza de Nina en el mundo de los sueños y desde esa vez, mediante ese acto tan sencillo y sublime, quedó prendado sin remedio de ella y hasta la fecha sus sentimientos solo iban en aumento sin poder refrenarse.

En aquel entonces era marzo y ni uno ni el otro anticipaban los motivos que los llevarían a encajar sus existencias más allá de la casualidad o del azar, pues por más intrincado o enmarañado que estuviera el hilo con el que se tejieron sus vidas; cada extremo siempre terminaría atando ese primer palpito hasta el último que les fue otorgado para compartir juntos su paso sobre este planeta.

Algo que, Darío Elba rogaba fervientemente por que se cumpliera, esperando coincidir, de una u otra forma, toda su vida al lado de Nina Cassiani.

Es por eso que últimamente le sonreía a la nada y justo hoy, sentía dicha por las tantas veces que Nina había descansado entre sus brazos y deseando, de manera involuntaria, poder tenerla así por siempre, sonrojó de saberla a escasos metros de distancia entre espuma y agua.

Todavía sin poder dejar de imaginarla, Darío contestó por fin a la pregunta que hace ratos le hizo su madrastra —Cuando está tranquila y relajada, Nina duerme sin sueños y se pierde en el tiempo.

Darío había respondido con la verdad, pero con un leve error en su afirmación; de un tiempo acá los sueños de la pelirroja lo tenían a él como protagonista puntual y constante. Pero eso nadie más que Nina y su padre comatoso lo sabían, así como solo Darío era consiente de que la soñaba a diario aún estando despierto a plena luz del día.

—¿Es por eso que la llamas "Sleepy Girl"? —interrumpió Hirose el ensueño de Darío y él se obligó a salir de esa fantasía pidiéndole a su madrastra que le alcanzara una herramienta que estaba cercana para así poder distraerse y continuar hablando.

Con la llave número veinte en mano y una mueca de esfuerzo en su boca por intentar aflojar la tuerca que mantenía unidas dos piezas metálicas llenas de herrumbre, dijo —¡Exacto, por eso ella y solo ella es "Sleepy Girl"! —volviendo a sonreír, añadió —Pero ya debe de tener hambre y si no come se pone de mal humor además de que le afecta físicamente, si quiere puede ir y hacer el intento de despertarla —e iba a decirle "buena suerte" a su madrastra cuando se dio cuenta de ella ya se había encaminado presurosa de regreso a la casa, porque desde hace mucho le preocupaba el estado de la pelirroja. A ella no le incomodaba para nada la estancia y compañía de Nina, pero temía que se fuera a ahogar estando dormida o que tuviera una recaída en su salud respiratoria por lo frío que ya debía estar el agua.

Su ansiedad se duplicó cuando, al golpear repetidas veces con sus nudillos la puerta del cuarto de baño de visitas para anunciarse, no obtuvo respuesta alguna.
No quiso esperar más e irrumpió entablando una plática con la pelirroja, la cual no fue correspondida, por lo que asomó la cara por uno de los extremos del biombo y solo así se dio cuenta de qué, efectivamente, esa chica seguía en lo suyo: durmiendo tan profundo sin inmutarse de nada, lo cual a Hirose le alivió y le causó mucha gracia.

¡Corre Nina, crece! ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora