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El trabajo como tutor, a pesar de ser agotador, ya formaba parte de la vida cotidiana de Darío Elba.

Luego de tres semanas de arduo trabajo, había logrado cumplir con sus obligaciones y hacer mucho más de lo que el manual de tutor le solicitaba. Había a su vez desarrollado un apego afectivo con sus alumnas: quienes no sólo le tenían confianza plena, sino que, todas le trataban como a un amigo en quien podían respaldarse.

Además, Darío Elba ya no sólo
era "El Conquistador", se había ganado la reputación de ser el mejor Profesor Tutor del colegio; a tal grado que era tema de conversación habitual en la sala de descanso. Muchos colegas le preguntaban sobre qué tipo de metodologías aplicaba, ya que estaban asombrados de los avances que aquellas quince señoritas reflejaban en todas las demás clases.

La forma didáctica de Darío estaba en boca de todos y aún así, era un misterio que no lograban entender los más capacitados y entrenados profesores que tenían acumulados muchos títulos en docencia. En sus cabezas no concebían, cómo un joven sin ningún estudio específico en esa rama, había avanzado tanto y en muy poco tiempo en ese difícil terreno que era ser guía de tan efervescentes niñas. Él nada más les respondía una y otra vez que todo era debido a que en sus adentros seguía siendo un espíritu joven y ante ésta respuesta amena y tan única recibía felicitaciones por preservarse fresco y reflejar los logros de su trabajo de manera tangible.

Sin embargo, con todos aquellos halagos que debían hacerle sentirse orgulloso el mayor logro de Darío, según él y su conciencia, era ver y hacer reír casi a diario a Nina Cassiani.

Había tratado de regular sus coincidencias en el autobús con ella dos veces por semana, esto por si en algún dado caso alguien notaba que él la frecuentaba a las afueras del colegio.
En los minutos que gastaba con Nina a solas, había descubierto que la pelirroja tenía una especie de efecto liberador en él: tan sólo el simple hecho de verla reflejada en el cristal de la ventana del autobús le saciaba. Cada vez que Nina abría la boca para decir cualquier cosa, Darío entraba en un tipo de ensoñación donde todo el cansancio y cualquier pesar desaparecía.

Llegó a admitir para sí mismo que su cercanía hacia Nina le sentaba muy bien, aunque todavía no lograba entender cómo ella podía tener ese efecto sobre su persona. Cuando no abordaba el autobús, se conformaba con pasar frente a la estación donde ella esperaba sentada en aquella banquita y verla  con la cabeza hundida en uno de sus tantos libros le hacía sentirse lleno de un extraño placer que nunca antes había experimentado.

Nina por su parte, había mejorado muchísimo su humor, dadas las horas que pasaba casi todos los días con su hermano y Reuben en casa por las noches en las pasadas tres semanas.

Sandro Cassiani, había hecho de todo por acomodar su horario para recoger a Reuben a la salida de sus clases en la universidad y llevarlo a casa a cenar y luego jugar a las cartas o "Scrabble" con su hermana menor.

Rhú por su parte, había hecho de tripas chorizo hasta asentar sus sentimientos por Nina y aunque su amor por ella estaba lejos de menguar, sus deseos e impulsos habían desistido en su frenesí.
Nada más le importaba la estabilidad de la pelirroja y se había dedicado por entero a ello, aplacando aquel amor apasionado sólo con las ganas de verle a ella en el rostro una sonrisa para sentirse basto y correspondido.

Como Nina Cassiani usaba las noches para divertirse lejos de sus libros, tenía postergadas varias lecturas y por eso en el colegio había terminado leyendo entre clases y en cada hueco que le quedaba de tiempo, incluso había roto su costumbre de no de leer mientras comía durante el almuerzo.

¡Corre Nina, crece! ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora