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Al abrazo, a ese primer abrazo, le nacieron sonrojos de miradas huidizas, delatores pálpitos, uno que otro "¿y ahora qué hago?" y demasiados "¿qué se supone que debo hacer"?

Había mucha expectación, tanta que se parecía a la que causó Yuri Gagarin al orbitar por primera vez la Tierra adentro de la nave Vostok 1 y las uñas ficticias mordidas podían compararse a todas las sucumbidas en el definitivo día "D" por el desembarco en las costas de Normandía.

La tensión que se desató entre ese par, era casi similar a la que se sometió el mundo durante la época de la Guerra Fría; solo que ahí no estaba de turno Stanislav Petrov y no eran misiles nucleares los que se dudaban en lanzar o no.

El aire estaba denso y cargado de ansiedad y todo era por dar un paso más allá de la entrada de un portón principal.

No es que no supiera cómo hacer, es que era ella quien estaba frente a él.

Así de simple e ilógico, tan llano como escabroso: era ella, era ella y solo ella y la conocía tan bien; aún más de lo que pudiera llegar a imaginar.

Estaba al tanto de su sencillez y a la vez de cada una de sus complicaciones, como si se tratase, por dar un ejemplo, de una perfecta y delicada reliquia de relojería análoga o de un foráneo perdido en tierras extraordinarias.

Si se hablara con referencia al último caso y él fuera un explorador encomendado en una misión, podría decirse qué, el período de reconocimiento fue escaso si se tomaba como referencia una medida estándar, pero él no ocupaba de años para descifrarla porque, desde la primera vez que la vio, nunca malogró ni uno solo de sus gestos y mucho menos de sus palabras.

—¿Sabes cuál es la ventaja de que puedas respirar como antes? —le preguntó, buscando de esa manera, la amenidad necesaria para darle a ella la comodidad a su estancia en ese lugar.

Ella misma le había pedido pasar y aunque era su idea la de conocerlo en su ambiente natural, no dejaba de estar nerviosa y se notaba porque no se movió ni un centímetro de más del espacio donde estaba.

Eran contados con los dedos de una misma mano las veces que estuvo a solas con ella y no iba a negar que él, también estaba desasosegado hasta los huesos.

Hasta quien tiene más que amañado el corazón, tiembla ante el verdadero amor.

—¡Muchas! —contestó ella mientras cepillaba un trozo de roja melena entre sus dedos, para después llevarse el mechón a ese espacio que separa la nariz de sus labios, haciéndolo parecer un grueso y rojizo bigote. Algo a lo que siempre recurría de manera inconsciente cuando estaba inquieta —¡Demasiadas diría yo!

—¿Pero sabes cuál de todas es la mejor, Nina? —volvió a preguntarle viéndola con la gentileza que a ella le transmitía una eterna confianza.

—Dime Darío, ¿cuál es esa que tienes en mente? —preguntó con interés.

—¡Poder jugar "a que no me atrapas" y "las traes"!

Con esas palabras tan sueltas, apareció en Nina Cassiani esa sonrisa que Darío Elba amaba ver en ella, ahí estaba la pelirroja risueña de mirada vibrante intentando darse a la fuga para cantar victoria sin ganarla, porque esos eran sus dos juegos favoritos, los que aún siendo una señorita adolescente, disfrutaba sin recatos ni prórrogas como lo haría la Nina de antaño.

¡Corre Nina, crece! ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora