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Era un simple y sencillo saludo de manos entre dos hombres, algo tan básico, cotidiano y común que se practica un sin número de veces durante el transcurso de la vida; una muestra de buena cultura, educación y cortesía tan banal que en estos tiempos ya ni se le presta la atención debida.

Pero para Reuben Costa, que intentó tranquilizarse en un esfuerzo casi sobrehumano por no desarmarse mientras se disponía a saludar a Leandro Hooper, fue más que eso.

Perdió a totalidad el color del rostro en el instante en que enlazaron sus manos por primera vez y con ese ardor que emergió de la yema de sus dedos y que le recorrió cada milímetro de su cuerpo desatándole incalculables sensaciones desconocidas; tuvo más que suficiente para que le fuera imposible evitar sudar a mares siendo traicionado por sus propios nervios.

Las palabras escaseaban y las pocas que quedaban en su garganta: se enredaron sin poder salir, sofocadas y pérdidas en las ventanas de sus ojos.

—¿Ustedes dos ya se conocían? —preguntaron Nina Cassiani y Darío Elba a sus respectivas amistades que denotaban expresiones y conductas singulares entre sí, pero lo más notorio de la situación que acontecía fue la calidez que reinaba en el ambiente: no había ni una pizca de tensión en el aire, lo que se percibía y hasta se podía palpar era empatía y afinidad.

—No ... yo no ... le conocía, mucho gusto soy Reuben ... Costa —se presentó al fin el panadero, negando así haber visto antes al artista del cual todavía no soltaba la mano por estar embobado en esa hipnótica sonrisa presente en sus labios, esa misma de cuando se tropezó con él bajo ese frondoso árbol.

—Tienes un poco de chocolate blanco bajando por la comisura de la boca —dijo sin flaquear Leandro Hooper luego de reponerse de la impresión por coincidir de nuevo con esa persona a la que tanto había buscando con desespero y que encontró en el lugar menos pensado y dejándose guiar por sus instintos y sin malicia alguna; buscó su pañuelo y envolviendo el dedo índice de su mano izquierda, acortó la distancia que lo separaba de Reuben Costa y preguntando sin dudar ni dejar de sonreír, le dijo:

—¿Puedo?

Y sin esperar una respuesta vocal, usando sólo su intuición, Leandro se apresuró a impedir que aquella gota que amenazaba con ensuciar la barbilla de Reuben continuara su camino.

—Gracias —pudo decir el panadero que no quiso ni tuvo intención en ningún segundo de esquivar esa intromisión a su espacio personal.

No entendía el por qué, pero no se sintió incomodo y por eso le devolvió una sonrisa que no tenía idea, en ese entonces, de dónde provenía. Aunque tuvo recelo de esa sensación desconocida parecida a una descarga eléctrica que le recorrió de pies a cabeza y que murió en la parte baja de su abdomen y con eso, algo parecido a la timidez se apoderó de él.

—Para servirte, soy Leandro Hooper y es un gusto conocerte —contestó el artista mientras retiraba su mano, dando por terminado así aquel saludo que se había extendido lo suficiente como para darle a él, tiempo necesario de controlar sus emociones, aplacando la ansiedad que le invadía el cuerpo entero y muy sensato, se apresuró en hacer que Reuben no se cohibiera.

Estaba verdaderamente interesado en ganarse su confianza y jamás expondría que ya antes había coincidido con él para no molestarle.

—Tanto Nina como Hirose me hablan maravillas de tu dedicación con los estudios, lo cual me hace sentir honrado que aceptes darme tutoría —añadió sonriendo muy alegre y viendo fijamente a los ojos del que supone ahora sería su asesor en cuestiones de números y negocios.

¡Corre Nina, crece! ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora