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—Mi madre murió cuando yo tenía diez años —comenzó a decir Darío Elba luego de cerrar los ojos por unos instantes y llenar sus pulmones de aire. La voz se le había quebrado, no dejaba de ser melódica, pero se podía sentir en el ambiente la opresión con la que salían esas palabras de su garganta al pronunciarlas —El cáncer se la llevó antes de que cumpliera treinta y consumió sin descaro su cuerpo y su belleza, mas no su espíritu. Mamá emanaba dulzura a kilómetros de distancia y las personas solían buscarla para disfrutar de su compañía. Y si hay algo que yo nunca olvidaré es que mi madre siempre tenía una sonrisa en los labios, incluso el día que cerró sus ojos para no abrirlos más: lo hizo riendo mientras me escuchaba confesar la travesura que había hecho esa tarde en el colegio —dijo con mucho esfuerzo y dejando salir un pesado suspiro—Amira Duarte de Elba era, en pocas palabras, una mujer fuera de éste mundo; de aquellas personas que nacen para dar amor a manos llenas y recordadas por ello para toda la eternidad. Hace once años de su partida y sus amigos siguen llenado su tumba de flores, la suya es la más florida de todas en el cementerio.

A Darío Elba le costaba hablar, tenía la respiración agitada y mantenía la mirada fija en la pared situada tras la espalda de Nina Cassiani, quien estaba a punto de levantarse. Nina quería callarlo con un abrazo y pedir perdón por hacer esa pregunta sin tacto. Quería decirle que lamentaba mucho la pérdida de su madre, quería evitarle más dolor a Darío no dejándolo traer al presente su pasado.

Ella sabía de primera mano lo que es recordar los tiempos buenos de un familiar y verlo día a día marchitarse a causa de una enfermedad.

Pero él hizo un ademán indicando que estaba bien, que quería seguir: siempre había sido capaz de mantener la calma y de controlar sus emociones y por más doloroso que le fuera continuar con sus memorias estaba listo para dejarlas salir.

Darío quería presentarle su pasado a Nina, aunque recordar a su madre le era difícil y en su pecho las palabras se amontonaban peleando por salir una antes que otra.

—Crecí tomado de su mano. De ella aprendí desde a caminar hasta hacerme cargo del jardín y de cada una de sus flores cuando ya no le fue posible atenderlo por su delicada condición. Aunque fuéramos una familia con recursos nunca dejó de disciplinarme para que yo hiciera muchas cosas por mí mismo. Cuando ya no podía levantarse yo la atendía en la cama y cuando yo no estaba, por que me obligaba a no faltar al colegio, pasaba ansioso en cada clase esperando el repique la campana para volver a casa y estar con ella, pero también era una tortura porque sabía que otro día se había terminado: un día menos en el calendario de vida mi madre, un día menos restado de su cuota de días otorgados en este mundo —dijo Darío Elba mientras sus labios temblorosos dejaban en evidencia que aunque los años habían pasado para él la memoria de su madre seguía fresca.

—Suena como la triste historia de una mamá y su único hijo, ¿verdad?. Y tal vez te preguntes donde estaba en ese entonces el Mayor Elba y quizás por tu cabeza pasen muchas ideas o tal vez llegues a pensar que estaba ausente porque no nos quería o no le interesábamos, pero no es así. Papá viene de un largo linaje de militares y por ordenes de su familia se enroló en el ejército del Tío Sam siendo muy joven. Desde sus dieciocho lleva haciendo cosas del oficio y jugando de ganar a las guerras ajenas y pese a su ausencia yo le respeto mucho; admiro su fortaleza y determinación. Amaba mucho a mi madre, de eso no le queda duda a nadie, solía decir que ella era lo único que lo mantenía cuerdo y atado a este mundo y no mentía porque cuando mamá murió él se derrumbó. No te imaginas lo difícil que es ver a un hombre adulto y corpulento gritar, aullar, patalear y asfixiarse con su propio llanto y negarse con todas sus fuerzas a que bajen en ataúd de su amada para que la tierra la sepulte. Había que ser fuerte ese día y papá no pudo serlo, yo hice lo que pude porque los barcos del dolor no pueden dejarse a la deriva. Papá se aferró a mi para poder continuar, dice que ve en mis modos el carácter de mi madre al igual que la encuentra a ella en mi sonrisa y en mi carisma —comentó Darío mientras tocaba una de sus mejillas —Cuando recuperó un poco la cordura pidió licencia por dos años en los que asumió su papel de padre a la perfección. Me hacia comida los tres tiempos: cada mañana era gracioso verlo en pijama y pantuflas justo como las que estoy usando en éste momento más una sartén en la mano y un habano en la boca hablándome en código radiofónico y cada noche, antes de dormirme, me narraba sus aventuras - claramente obviando las partes feas - e iba cada día por mi al colegio y mis compañeros solían atosigarlo para que les contara secretos de los marines y alguna que otra cosa que hubiera visto estando en acción —añadió Darío Elba con una sonrisa comenzando a formarse temerosa por sus labios.

¡Corre Nina, crece! ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora