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—¡¿C-ce-cenar?! —balbuceó la pareja de hombres a una voz reteniendo entre pupilas, lo que el aire sin piedad barría; un cóctel de confesiones negadas.

Darío Elba, cruzado de brazos y recostado sobre la puerta corrediza que separa el balcón con la sala principal, les miraba a los dos muy tranquilo y dio el recordatorio de la cena en total serenidad tragándose la risa, porque aquellos se notaban deseosos de rasgar la otra dimensión para huir antes que ser atrapados entre brazos, tal fue la impresión y sorpresa, que Reuben Costa soltó en seguida a Leandro Hooper y de la prisa; el primero terminó enredado en una pirueta que le dejó muy mareado e intentó hacerse el distraído alejándose hasta llegar a una esquina donde la iluminación era un tanto escasa queriendo esconder en la oscuridad el fulgor de sus mejillas.

Reuben, entre todo lo que sentía, trató de guardar la compostura y sin idea de como continuar con eso que había puesto en marcha, acongojado y en medio de acelerados pálpitos, exhaló con alivio dando gracias por esa interrupción que creía casual.

—Si, cenar, recuerden que no solo de pan vive el hombre —contestó Darío y alzó una ceja con malicia, gesto que Leandro trató de omitir a beneficio propio para no ponerse más nervioso de lo que ya estaba —Hay que ponerle proteínas y minerales a la sangre, con tantos males hoy en día es mejor no perder la costumbre de tomar los alimentos a la hora que corresponden. Al cuerpo, lo que pide el cuerpo —remató y con eso último a Leandro se le precipitaron varias gotas de sudor por la frente y presionó sus labios fuertemente para no dejar ir el alma.

—Tienes razón —dijo Reuben con la voz cautelosa y todavía con la mirada extraviada en el negro horizonte de las siete de la noche —Ya hace hambre.

—¿Te quedarás a la cena? —preguntó Leandro esperanzado de un "si", porque no deseaba que se fuera, no ahora que sentía esas palabras que ansiaba escuchar titilando por su oído entre susurros y risas amorosas.

—Si me lo permiten —dijo por decir Reuben mientras movía el cuello en varias direcciones intentando zafarse del estrés que se le había clavado en los hombros.

Tal cual ser humano, él quedó demasiado expuesto y la verdad es que prefería irse a su casa, pero sabía que salir del meollo en el que estaba metido, no sería tarea fácil. Al igual que quien pisa por donde hay vidrios rotos, quiso ser tan precavido y calculador cómo le fuera posible.

—¡Con mucho gusto! —le invitó Darío y le hizo el ademán para que pasara al interior del apartamento —Y como eres el invitado, yo cocino y a Leandro le toca hacer de buen anfitrión, ve y entretén a Reuben —añadió sonriente y como su risa no era fingida ni forzada, aquel par, luego de verse de reojo, volvió a sentir comodidad en instantes.

Tomando de la mano al panadero, el artista no pretendía perder ni un segundo de más, pero Darío le pidió un momento y con esa maniobra tan de él, les recompuso las espaldas a los dos y después les dejó que se retiraran.

Leandro parecía un niño pequeño junto a Reuben correteando por la amplitud del apartamento, acción que Darío continuó observando desde lejos con las manos en la cintura al igual que un padre cuando cuida y protege a los que ama y les perdió de vista en el momento en que se adentraron en la segunda estancia donde había una mesa de billar.

Ofreciéndole un taco, el artista se disputó con el panadero quien de los dos era el mejor para embocar la bola ocho, un juego en el que ambos eran verdaderamente buenos y les sirvió para distraerse por un buen rato de las mariposas ficticias casi reales que les revoloteaban en el interior de tantas emociones.

¡Corre Nina, crece! ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora