-28-
Abrió los ojos según la costumbre, pero antes de saltar de la cama dirigió la mirada alrededor de aquellas paredes blancas, no había signos de cambio por que él tampoco cambiaba. Había tenido aquel mismo sueño de antes, el mismo sueño de siempre.
Se levantó con una lentitud impropia de ella, intentaba apagar aquellas imágenes que se repetían una y otra vez en su cabeza, haciendo memoria de su rutina diaria.
Tomó una ducha fría que la obligó a despabilarse; frente al espejo empotrado del baño, antes de apagar la luz, ensayó una y otra vez su sonrisa. Se encontró con su madre, las monedas de siempre y la bendición.
Tragó aire hasta sentir que le ardían los pulmones, cerró los ojos y abrió la puerta ancha que la separaba de la realidad que de cuando en cuando - como hoy - la atormentaba.
—¡Lo siento! —se dijeron al unísono Nina y Rhú antes del abrazo y el beso de aquella mañana de jueves en el pórtico de la familia Cassiani. A Nina se le esbozó una sonrisa, pero no una fingida de las que recién había practicado, sino una sincera, de esas que hasta la fecha sólo las personas a las que llamaba "sustento" lograban sacarle.
Otra vez Reuben hacía de paracaídas sin siquiera saberlo.
Sin despegar la mirada de aquella ventana de la habitación de la segunda planta que pertenecía a la pelirroja, la esperaba ansioso con la firme resolución de disculparse.
Llevaba varios minutos esperándola y mientras aguardaba había deshojado todo el follaje seco de los arbustos de la señora Cassiani y había apilado las hojas al lado de aquel cesto de mimbre donde Nina, en un supuesto secreto, coleccionaba esqueletos de florescencias.Luego de haberse marchado de la casa de los Cassiani a la mitad de la noche aquel martes, se había resguardado en la panadería e invertido cada segundo recapitulando sus acciones pasadas, presentes y futuras con Nina.
Se sentía la peor persona del planeta, se había comportado como un crío: sus impulsos le habían traicionado, su cuerpo le había jugado la mala pasada de reaccionar antes que su cerebro y la dejó sola, a sabiendas de que la soledad la afectaba. Apostaba que la había hecho llorar y eso le mortificaba en exceso: porque había visto de nuevo aquel cuarto desabrido y conociendo el significado de aquello fue incapaz de anteponer sus necesidades y deseos antes que los de Nina Cassiani.
Al no verla esa mañana en la panadería la aflicción se había apoderado de él, le perjudicaba demasiado y no podía concentrarse a la hora del trabajo, mucho menos en clases y ni se diga a la hora de dormir. Tenía las ojeras remarcadas y la mirada más cansada que de costumbre, se suponía que era Nina quién dependía de él para continuar, pero Rhú no se quedaba atrás: definitivamente la extrañaba más de lo que él mismo imaginaba.
—Soy una egoísta —se acusó Nina.
—Soy un idiota —se limitó a contestar el panadero sin poder verle más a los ojos, volviendo la mirada hacia la acera. No sabía cómo continuar después del "lo siento".
—La idiota soy yo por ser incapaz de aceptar que las cosas cambian, no debí pedirte que te quedaras sin tomar en cuenta tus sentimientos.
—¡Pero yo no tengo quince años, se supone que a mi edad tengo autocontrol sobre mis emociones o al menos sobre mi cuerpo! —se quejó Reuben Costa mientras enrojecía, era algo penoso que intentaba ocultar sin mucho éxito y que lo martirizaba, porque tampoco podía sacarse a Nina de la cabeza ni podía avanzar en su intento de conquistarla porque no podía, en el fondo, dejar de verla como a una niña. Y sumado a esto se había adjudicado la responsabilidad de cuidarla igual o mejor que un hermano mayor de cualquier peligro y eso incluía cuidarla de él y de ella misma.
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¡Corre Nina, crece! ©
Novela Juvenil❝Juventud, divino tesoro, ¡ya te vas para no volver!. Cuando quiero llorar, no lloro... y a veces lloro sin querer...❞ (Canción de Otoño en Primavera por Rubén Darío). Todos pasamos por la adolescencia: no hay quien se salve. Algunos mueren en el in...