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La sangre de su padre galopó inclemente hasta alcanzarla e inhumana, laceró su ingenuidad y sofocó su cuerpo como la espesa brea del averno.
Ardían las cicatrices tras su espalda y aquella que tenía en su pecho: amenazaba con descoserse y arrancar de entre sus huesos las venas con las que se enraíza ese valioso órgano que supone contiene sus sentimientos.
De sus ojos abiertos las lágrimas brotaban desordenadas, sin poder ver más allá del horror repetitivo en su pasado y el sonido de las máquinas a las que una vez estuvo amarrada, le lastimaba.
Era la misma pesadilla, pero más real que de costumbre y desesperada por zafarse del engaño de su memoria, quiso arrancarse las agujas de los brazos y la cánula que tenía pegada a la nariz que transportaba el oxígeno que tanto necesitaba.
Luchó para liberarse, tenía que hacerlo para no ahogarse en sus propios sueños, pero en el intento sintió que se hundía completa. El sudor helado la invadía y la quemaba por dentro; conocía las consecuencias de dejarse arrastrar hasta el fondo: caer de nuevo.
—No, no, no Nina tranquila, es sólo un sueño, sólo un sueño —le decía Reuben Costa a Nina Cassiani sujetándola de las manos e inmovilizándola sin lograr hacerla reaccionar.
Sabía de esa pesadilla que la hostigaba porque ella se la había contado a pedazos, pero en todo ese tiempo nunca la vio manifestarlo con el cuerpo en la vida real.
Aún seguía dormido entre Oneida y Mercedes cuando el monitor cardíaco comenzó a enloquecer y ésta última fue la primera en levantarse alarmada para revisar por qué los aparatos advertían esa anomalía y al fijarse que los ojos de Nina estaban abiertos y con las pupilas dilatadas descubrió que no estaba despierta si no en medio de una parasomnia.
—No Reuben, suéltala —dijo Oneida quién había visto ya varias veces ese fenómeno y más o menos sabía qué hacer y qué no para que ella distinguiera la realidad de la pesadillas —No la apreses que ella sabe regresar sola —agregó pasando la mano sobre la frente de su hermana menor, transmitiéndole la seguridad necesaria para tranquilizarse.
—Necesito que respire normal —dijo Mercedes al revisar el nivel de oxigenación que registraba el medidor —La ajustaré casi a noventa —dispuso, refiriéndose a la camilla y comenzó a manipularla con el control remoto hasta dejar a su cuñada como si estuviera sentada.
Aquel mal sueño siempre duraba entre quince y treinta minutos y Nina Cassiani había batallado constante, desde tuvo conocimiento de lo que era, por hacerlo desaparecer lo más rápido posible y en medio de todo lo que atravesaba en esos momentos, pudo sentir que se movía y unas voces la trajeron poco a poco al tiempo actual.
Se le hacían tan conocidas y la llamaban por su nombre, igual que cuando su hermano y su cuñada la invitaron a "quedarse con ellos" por cada puntada que penetraba su carne ese día en que otros ya la daban por muerta.
Comenzó a distinguir siluetas y con eso ya no se sintió sola, aunque el río de sangre de sus pesadillas la reclamaba, había un punto sin retorno al que le temía demasiado y del que rehuía con todas su fuerzas usando diferentes recursos que había aprendido con la más dura experiencia, pero no estaba en su cuarto y no había ningún fluorescente colgando de su cabeza que la socorriera sin embargo, fueron las vibrantes manchas de colores que tenía al frente las que la hicieron salir del trance en el que estaba y levantando la mano quiso tocar "eso" que desprendía e irradiaba un abanico de colores y tonos y comenzó a sonreír aún llorando.
Ni Reuben ni Mercedes entendían las acciones de Nina, pero si Oneida y se apresuró a darle lo que pedía: las flores que Darío Elba había llevado más temprano y que Sandro acomodó sin que nadie se diera cuenta en un estante a media habitación.
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¡Corre Nina, crece! ©
Novela Juvenil❝Juventud, divino tesoro, ¡ya te vas para no volver!. Cuando quiero llorar, no lloro... y a veces lloro sin querer...❞ (Canción de Otoño en Primavera por Rubén Darío). Todos pasamos por la adolescencia: no hay quien se salve. Algunos mueren en el in...