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Pasadas las cinco de la tarde Darío Elba aún gozaba de la compañía de varias alumnas en el aula, pero mirando su reloj de puño en repetidas ocasiones las urgió para irse a casa recordándoles que la encargada de la limpieza debía hacer su trabajo justo cuando ellas salieran, cogió su carpeta y poniéndose su saco las acompañó hasta las escaleras.

Nina - que había sido la primera en abandonar el aula - se había rezagado y sentado al inicio de las escaleras angostas que casi no eran transitadas por ser incómodas.

Tenía un presentimiento, un indicio, una certeza y quiso seguirla a costa de que el autobús de las 5: 15 p.m. la dejara.

Ensayaba todavía en su cabeza lo que pretendía hacer y decir cuando sintió su sombra tras la espalda.

Se dio cuenta de que en realidad no sabía qué era lo que quería dejar salir de su boca.

Darío Elba apoyo su brazo sobre el pasamanos y la saludó como si ya antes no lo hubiera hecho: apretón fijo de manos, la sonrisa amena y la sorpresa.

—Mucho gusto Nina —dijo sentándose a su lado

—Llevo un rato pensando en lo que quiero decirle, vacilé en si abordarlo hoy o esperar hasta otro día, pero la verdad no me arrepiento de estar aquí —le dijo sin tan siquiera mirarlo —creo, creo y estoy casi segura que yo lo conozco, corríjame si estoy equivocada.

—¿Qué tal quedó la montura de los lentes? —preguntó con una sonrisa amigable.

Había confirmando así una de su sospechas, no iba a meter la pata como lo había hecho de manera magnánima con Rhú, ella sabía que no era la primera ni la segunda vez que coincidía con él y era por eso que estaba allí: para saber la verdad una vez por todas.

—Mejor, mucho mejor de lo que yo esperaba, pero debo de sacar unos nuevos dentro de poco, éstos no dudarán mucho con el uso que les doy.

—¿Has considerado usar de contacto?.

—No los tolero, no he encontrado la forma de soportarlos más de unos minutos.

—Es realmente una pena, tus ojos merecen ser apreciados pues son muy bonitos, todavía me pregunto de qué color son con exactitud.

—Gracias —dijo Nina sonrojada —hay otra cosa que quiero preguntarle o mejor dicho enseñarle —y mostró el pedazo de papel con tinta corrida que llevaba consigo en su bolso desde que lo encontró hacía unas semanas.

Ella, cuando vio la caligrafía de Darío Elba en el pizarrón recordó cada trazo y se sintió un tanto aliviada de encontrar al fin al dueño de la gabardina y la sombrilla japonesa.

Darío Elba cogió el papelito y repasando las letras con sus dedos, con una mueca en forma de risa ladeada le preguntó:

—¿Qué hay con esto?.

—Creo que aún antes del accidente de mis lentes, usted ya me conocía.

Buscando un rayo de luz Darío le dijo:

—Ven, acércate —Nina hizo cuanto le ordenaron.

Viendo el papel a contraluz y solo hasta entonces pudo notar una leyenda oculta: la marca de agua decía en letras muy claras "Darío Elba", quizás Nina se ruborizó más de la cuenta porque él hizo un ademán tratando de decirle que no era gran cosa:

—Ese día llovía mucho, abordé el autobús y sin más ahí estabas con la cara pegada al vidrio, creo que incluso estabas soñando o tienes el sueño muy pesado porque no notaste cuando me senté a tu lado —él pretendía continuar hablando pero Nina le interrumpió de un tajo:

¡Corre Nina, crece! ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora