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En ese lugar donde los años pierden la cuenta, el inmaculado olor de la asepsia perfecta y el solitario eco de las máquinas que sostienen su paso por este mundo, ceden más que fugaces ante su voz y su presencia.
Ahí ella lloraba y reía a su antojo, ahí hasta las penas mínimas se volvían pesadas como plumas sumergidas en un mar de petróleo y a la vez tan efímeras como el polvo barrido por el soplo del viento.
Ahí dejaba sus cargas y también sus contrapesos, ahí quedaba la escasez de su existencia en resumidas cuentas y a la vez el infinito que le aguardaba.
Mucho y nada pasaba con el único habitante de ese espacio, en ese mismo cuarto que antes fue el lecho nupcial de dos grandes amores y en el cual, cuando Nina Cassiani irrumpía con su esencia, le recordaba a cualquiera que hay más que pecas y cicatrices en ella; pues ahí confrontaba valiente la imagen encarnada de su más grande virtud y desacierto: el cuerpo lánguido de su padre César Cassiani.
Y por eso era extraño así como hermoso escucharla magistral adentrarse, con o sin fuerzas, en esas cuatro paredes correteando presurosa por esa habitación hasta llegar a él con la intención de abrazarle, diciéndole a su manera cuánto le extrañaba.
Pero hoy había algo distinto en ella, era la primera de tantas en que llegaría acompañada de una lágrima diferente a todas las anteriores; era júbilo lo que pendía de sus escuetas pestañas por el simple hecho de volverle a ver y poderle hablar.
—Me enseñó que el coraje está del lado de los osados y que las dificultades nada más son pruebas para sortear con perspicacia las incógnitas de la vida y así darles una respuesta inequívoca, pero no pude evitar caerme de nuevo y salir del foso sin heridas de guerra, así justifico mi alejamiento, buenas tardes papá —fue la forma en que saludó la pelirroja a su progenitor ese miércoles que regresó a su casa después ser dada de alta y llena de regocijo por tenerlo cerca, comenzó a narrar el por qué llevaba casi treinta días sin visitarle en esa cama donde él yacía en estado de coma desde hace ya dos años.
Tiempo en el cual Nina nunca dejó de entablar una "conversación" en la que incluso le daba espacio a su silencio para "escuchar" adentro de sus recuerdos todo aquello que posiblemente le daría su padre como respuesta.
Cada día que había transcurrido desde esa desgracia y cuando ella logró enfrentar su realidad después de dos meses en los que se encarceló en su mente, hablaba con él como lo hacía cuando estaba consiente; lo saludaba por las mañanas y al regresar del colegio le rendía un informe a detalle de lo que le había sucedido durante el día con todos sus pormenores: no había dedo que Nina moviera o grano de arena con el que se cruzara del que no le contara a su padre.
César Cassiani, como oyente eterno, conocía todos los secretos más íntimos de su hija, él sabía sin saber cosas que ni Reuben Costa estaba cerca de intuir, no por falta de confianza, sino porque Nina prefería contárselas a su padre, en esa complicidad que su corazón de hija le dictaba develar únicamente con quien su vida y muerte se unían colgando de extremo a extremo por un hilo delicado.
Un hilo que tenía una tonada irrepetible, tanto que a veces ni su propia madre lograba entenderlo, pero que a falta de eso; aceptaba y dejaba ser para formar parte de ese compás que su hija compartía con quienes realmente amaba.
Y hoy era el turno de Darío Elba para atestiguar de primera mano, tras esa puerta, el por qué Nina Cassiani era una fuerza irrefrenable al escuchar involuntariamente trozos de esa conversación inusual que en realidad todos sabían que era un monólogo:
—Este tanque me limita papá, me hace reconsiderar verdaderamente qué tan lejos puedo llegar y tengo que aceptar que aquello de "si quieres puedes llegar hasta la muralla China por tus propios medios" que usted siempre me dijo, queda en veremos pues sin él —dijo al darle golpecitos a su nuevo e indispensable "compañero" que contenía 415 litros del oxígeno que dependería por un tiempo hasta recuperarse por completo —De momento, no puedo llegar ni a la esquina. Y bien podría desde ya ponerme a escribir mi derrota, pero no quiero —añadió risueña alistándose para confesarle el motivo por el cual no habrían más lágrimas de desconsuelo por un largo tiempo en sus charlas cotidianas.
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¡Corre Nina, crece! ©
Teen Fiction❝Juventud, divino tesoro, ¡ya te vas para no volver!. Cuando quiero llorar, no lloro... y a veces lloro sin querer...❞ (Canción de Otoño en Primavera por Rubén Darío). Todos pasamos por la adolescencia: no hay quien se salve. Algunos mueren en el in...