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—¡Ouch!. ¿Por qué está todo a oscuras? —se quejó el mismo Darío Elba al tropezar con la grada que separaba la entrada de su casa con el genkan.

—La electricidad se fue hace ratos y no ha regresado —contestó Nina Cassiani intentando acomodarse entre el espacio mínimo del umbral de la puerta donde ambos se hallaban.

—Hnm algo está funcionando mal porque tenemos una pequeña planta eléctrica con la suficiente potencia para al menos encender las luces principales y cubrir el gasto de la cocina, me preocupa que ni siquiera funcionen las luces de emergencia —dijo el propietario de la casa con un tono muy serio al ver que definitivamente no se veía nada de nada a un palmo de distancia.

—Pues si funcionaban hace un momento, aunque desde un principio eran muy tenues y poco a poco se fueron debilitando hasta apagarse por completo —afirmó ella tratando de hablarle al rostro a Darío guiándose mediante el sonido de su voz y descubriendo que estaba más cerca de lo que esperaba. 

—¿Esto lleva mucho tiempo así? —dijo Darío inclinándose un poco y chocando con la espalda de Nina que dio un respingo al sentir un leve contacto con el cuerpo de éste.

—¡Lo siento! —se disculpó y resolvió mejor no moverse más —Iré a investigar que sucede y trataré de arreglarlo, mientras revisa a Bruno por favor y si sigue dormido espérame aquí —añadió antes de aventurarse en la negrura de los terrenos que tan bien se conocía y se alejó haciendo un sonoro ruido con los zapatos todavía puestos.

Nina obediente y con ayuda de la linterna de su móvil, hizo lo que le pidieron y al comprobar que Bruno Elba seguía en su viaje por la tierra de los sueños se apresuró a dirigirse adonde le habían citado, pero recordó entonces que todo lo que Darío traía en medio del aguacero, incluyendo la comida, seguía afuera; por lo que abrió la puerta y trajo todo hasta adentro a salvo.

El contenido de las bolsas se sentía aún tibio, la comida podría echarse a perder o derramarse, pensó en ir a dejarlas a la cocina y alistar la mesa para la cena. En eso estaba cuando la casa se iluminó de golpe y por el camino de uno de los pasillos que conectaban la sala con las otras partes de la casa se dio cuenta de algo que no había notado hasta ese preciso momento, algo que no podía obviar por que lo tenía demasiado cerca y definitivamente no estaba soñando porque ella jamás había tenido ese tipo de sueños, al menos no antes de ese día:

Darío Elba estaba semidesnudo, destilaba agua desde el cuello hasta los pies, usaba un ajustadísimo jeans negro que le llegaba poco mas abajo del ombligo y aparte de eso unas pesadas botas altas de cuero que le entallaban aún más sus robustas piernas.

Ella estaba acostumbrada a verlo con sus inmaculados sacos, sus mancuernillas de rubíes y plata, sus hermosas corbatas de seda con intrincados diseños y sus siempre lustros zapatos formales. Vestido elegante ya era un sujeto sumamente atractivo, pero tenerlo frente a ella dejando expuesto su perfectamente esculpido torso y recordar que hace muy poco había puesto su mano en su pecho para comprobar si era de carne y huesos, provocó que enrojeciera hasta confundir su cara con el color de su cabello.

—¡Nina Tierra llamando a Nina!. ¿Me escuchas? —le decía Darío Elba intentando regresar a la normalidad a la pelirroja, parecía que ella no estaba respirando y por eso y antes de que otra cosa pasara la condujo hasta el sillón reclinable junto al reloj de péndulo que estaba en la amplia sala.

Nina solía volverse arisca cuando se apenaba y Darío conocía esa reacción de primera mano en ella, recordó de inmediato la vez que la encontró bailando en el salón de clases, moviéndose libre con los impulsos propios de su juventud y por esa experiencia previa decidió acercársele con cautela. Se arrodilló frente a ella y buscando coincidir con su mirada escurridiza, con sumo cuidado le preguntó:

¡Corre Nina, crece! ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora