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Anticipando el nacimiento de miles de gestos únicos para Darío Elba y sabiéndose rodeada de oídos ajenos a la posibilidad de la comprensión; Nina Cassiani hizo de sus manos una soga invisible para ponerla en su garganta y apretando con fuerza estranguló todas las emociones que por él, hervían en su boca.

No siendo suficiente el castrarse con una horca de ficción, tuvo que tragar también la lengua y morderse sin contemplaciones hasta sellar los labios con rudeza para reprimir el estrépito de su querer hacer en ese lugar donde los cariños no estaban permitidos y por eso, lo único que quedaba era ahogarlos para no dejarles ver la luz del día. Había que cometer homicidio y el solo concebir la idea era doloroso, pero no echaría marcha atrás ni pararía la tortura ni con el sabor a crimen vagándole en el recuerdo de su saliva.

— "Yo puedo, yo puedo, yo si puedo" rezaba por cada impulso con el que asesinó en silencio lo que tenía que mandar a callar, tratando de retener a su ser entre los delicados bordes de las yemas de sus dedos para no volar hacia aquellos brazos que sabía le servirían como expiación y de aceptar tener esa precariedad, sintió cólera e insuficiencia.

Deseaba hacer algo por sí misma para no tener que necesitar de su aliento. Quería al menos sacarse de entre las costillas el corazón y reemplazarlo por la granada que él le había obsequiado para ver si comiéndose su propia entraña, podía desaparecer los gritos de sus latidos alterados que pregonaban a los cuatro vientos que ese frente a ella, era dueño de su locura y enamoramiento ofuscado.

Estando también en desventaja, Darío Elba no hacía más que verse atrapado en el espejo de vibrantes ojos esmeralda; encadenado y ceñido a sus códigos y principios, sintiendo dolor y agonía por igual, porque no todo podía ser alegría y felicidad y por eso, de entre las barras de aquella cárcel de aguas diáfanas, una realidad muy cruda se dilataba y le hacía temblar.

Ese a quien veía con una aterradora cruz a cuestas; debía de estar más que loco y a la vez ser un grandísimo idiota para continuar masacrándose a fuego lento con exacta cantidad de amargura y placer en los contrapesos. Aplacando todo aquello que estaba viviendo y también dejándolo salir a miserias de gotero para no caer en la tentación de entregarse de lleno al vacío donde sus sentimientos ya lo reclamaban con sus dos nombres y apellidos: así había terminado aquel que nunca antes sufrió por cosas del corazón, petrificado y latiendo gozoso por causa de una mujer.

Expuesto y a centímetros de cruzar por un derruido puente colgante con la fuerza que lo empujaba a continuar siendo su arnés y también el crudo despeñadero; por Nina Darío estaba al borde del precipicio con un vendaval enviándolo directo a la orilla y con la espuma que se arremolina en la marea alta de más las temibles tormentas esperándolo para ahogarle las venas de millones de formas de amar exclusivas para la pelirroja, que por reglas y prejuicios debía de pausar a su favor y también en su contra.

No pudiendo dejarse arrastrar hasta la inmensidad como anhelaba, no quedaba más que acomodar los pedacitos desperdigados que se le desarmaban para correr a buscar más allá de la materia a su bien amada, quién aún causándole desesperación, era tan pura que no le robaba la sonrisa de plenitud ni siquiera por quererla demasiado.

En aquel tira y empuje, ninguno se dio cuenta de cuándo se convirtió el extremo de la navaja del otro y viceversa. Ellos eran caos y creación con un solo propósito y por eso, solo por eso, aunque por el camino para obtener algo mayor al simple deseo primitivo tuvieran que estampar piedras y guijarros sobre sus pieles; seguían cuesta arriba codo a codo y sin ganas de mirar hacia atrás se decían con terquedad y pesadumbre adentro de sus pensamientos:

¡Corre Nina, crece! ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora