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Eran poco más de las nueve de la mañana cuando a Nina Cassiani, el sonido de un lápiz rasgando el papel y la melodía de una canción que provenía de una voz que no conocía, le provocó abrir sus párpados de par en par sólo para encontrarse con una persona que nunca antes había visto en su vida.

Se acomodó contra el respaldar de la camilla y se colocó los lentes para llevarse la sorpresa de que si reconocía ese rostro, pero con un cuerpo distinto al que estaba más que acostumbrada a ver.

—¡Hola Pelitos de Elote! ¿Cómo amaneces? —preguntó Leandro Hooper con amenidad, cerrando su libreta y levantándose del sofá la saludó con la mano a la pelirroja que lo veía un tanto extrañada y se acomodaba para cubrirse con el saco de Darío Elba que había sido casi terapéutico al dejarla descansar sin miedos.

—¿Se te hace familiar alguno de mis rasgos? —añadió al notar que ella no dejaba de verla la cara.

—Creo que si, pero no estoy segura, buenos días —contestó Nina un poco seria.

—Te echaré una mano —dijo llevándose la libreta para taparse y dejando sólo sus ojos descubiertos y le alzó las cejas con un movimiento único que solo había visto en una persona a la conocía desde hace diez años.

—¡Eres el hermano de mayor Gail! Eres ...

—Leandro, a tu servicio —terminó la oración quitándose el sombrero e inclinándose -Y se me ha encomendado la noble misión de cuidarte durante el tiempo que te encuentres hospitalizada.

—¿Darío te mantiene obligado a estar aquí? —cuestionó Nina al recordar las palabras que él le había dicho el viernes y aunque agradecía con el alma no pasar más tiempo sola en esa habitación: no veía justo que Leandro estuviera ahí como un deber, no quería ser el peso de nadie más que el de ella misma.

—No por obligación, heme aquí por amor —contestó con mucha convicción sin dejar de sonreír ni un instante —De lo que Darío me pide o pida hacer, todo es para mi un placer

—Gracias por gastar tu tiempo conmigo, de verdad te lo agradezco mucho, gracias —dijo Nina satisfecha de ver que a él no le desagradaba acompañarla.

—Ya verás que nos la vamos a pasar bien ¿Puedo acercarme para observar lo que cuelga de tu cuello? —preguntó curioso y cuando Nina asintió, éste al comprobar que era un objeto demasiado especial se llevó las manos a la boca para tapar su asombro

—¿Qué pasa? —preguntó Nina.

—Nada, sólo me hace feliz conocerte y hablarte, de verdad, dichosos los ojos que te miran Nina —aseveró mientras abría su libreta y sin apartar la mirada de la enferma comenzó a retratarla de nuevo.

—¿Estás dibujándome?

—Ajá ¿Por qué?

—No creo que mi rostro sea el más agradable en estos momentos para que te gastes tus lápices en mi. Estoy llena de brotes hasta encima de los brotes, aún no me baño ni me he peinado, en pocas palabras estás dibujando a una chica desaliñada.

—Yo estoy dibujando a Nina Cassiani Almeida y debes saber que yo dibujo más allá de lo que está en la piel y no hay seres humanos feos o desaliñados Nina, sólo almas tribuladas encerradas en esos recipientes que se llaman cuerpos; por eso de vez en cuando la gente se ve mal, porque sus envases y esencias lo están.

—¿Puedo ver? —dijo ella estirando el cuello intentando fisgonear.

—Hasta en eso te pareces a Darío —sonrió Leandro

¡Corre Nina, crece! ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora