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Luego de dejar armada aquella delicia de pastel de diez pisos y de expresar sus buenos deseos a los más que extasiados novios, Reuben Costa se negó muy educado a quedarse a la boda y se apresuró a solicitar un taxi para regresar a casa, y a pesar de estar demasiado cansado y de que el viaje fuera más que largo y extenuante no había podido pegar un ojo durante todo el trayecto de regreso a la Capital.
Sacó del bolsillo izquierdo de su uniforme aquel pequeño corazón de madera que había mandado a engastar hace un día y mientras jugaba con él, al tenerlo justo en la mitad de su palma y viéndolo fijamente: recordó la ironía de lo que esa forma representaba popularmente y lo que significaban los corazones para Nina Cassiani y pensando en ella estaba cuando a él su propio corazón le dio un vuelco advirtiéndole de un mal presagio.
Trató comunicarse con la pelirroja sin obtener resultado alguno porque por esa alejada zona la señal telefónica era nula. Insistió cuanto pudo y después de que su esfuerzo terminara en vano, ofuscado reclinó la cabeza contra la ventana del taxi y se dedicó a ver los inmensos pastizales que se doraban con el ocaso queriendo, de esa manera, despejar su cabeza y sacarse la sensación que tenía estancada entre ceja y ceja. Ni los destellos ahogados de sol pudieron con la espina que se colaba más y más en su intuición.
—¿Será que puede ir un poco más rápido? —pidió Reuben al conductor al ver que por donde pasaban no había ni un alma a kilómetros a la redonda.
—¡Con mucho gusto jefe! ¡Usted nomás agárrese fuerte que va a sentir un jaloncito bien rico! —contestó el chofer pisando el acelerador y metiendo la sexta marcha de la palanca de cambios.
Y Reuben estuvo a punto de arrepentirse por lo que había pedido cuando su estómago comenzó a sentir "ese jaloncito bien rico" de ir a toda velocidad y de tener la espalda pegada a la fuerza del asiento trasero, pero se aguantó con tal llegar lo más rápido que pudiera a su destino.
La noche cayó rápido por la autopista, las luces de la ciudad comenzaron a confundirse con las estrellas a lo lejos el horizonte y saberse cerca de casa le sació pedacitos de la extraña ansiedad que le embargaba y por fin consiguió reclinar la cabeza para descansar los ojos por unos minutos.
A punto de dormirse, el rostro de la pelirroja se apareció en la memoria de Reuben pero el estado en que la veía no era agradable para su espíritu. Estando muy asustado se apresuró a disipar su mal sueño porque a pesar del tiempo que había transcurrido él aún no podía contra dicha pesadilla; un recuerdo que guardaba en lo más recóndito de sus penas. Tratando de escapar de lo que era su realidad, notificaciones de mensajes en el buzón de voz que aparecieron una tras otra por la pantalla de su celular lo sacaron del trance.
Ya espabilado comenzó escucharlos todos, desde el que había entrado más temprano hasta el que había caído hacía no más de media hora.
Los primeros venían del número de Nina, pero ella no había dejado mensaje y luego tenía varias llamadas de otro destinatario que él no conocía, pero uno de esos tantos si tenía un mensaje grabado:
—¡Llevo a Nina al Hospital porque está muy enferma, devuélveme la llamada o al menos contéstame maldita sea!
Reuben Costa se quedó petrificado al encontrar con ese mensaje la justificación de su corazonada cuando logró identificar aquella voz que sólo había escuchado una vez pero que le quemaba igual que fuego en los oídos: la de Darío Elba. Sin pensarlo ni un segundo, desesperado regresó la llamada y sin embargo; luego de intentar una y otra vez el número le salía ocupado. Decidió llamar a Sandro Cassiani pero con él tuvo la misma suerte pues la línea de él también timbraba de la misma manera por lo que siguió intentando tantas veces le fue posible y en ninguna tuvo éxito.
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¡Corre Nina, crece! ©
Ficção Adolescente❝Juventud, divino tesoro, ¡ya te vas para no volver!. Cuando quiero llorar, no lloro... y a veces lloro sin querer...❞ (Canción de Otoño en Primavera por Rubén Darío). Todos pasamos por la adolescencia: no hay quien se salve. Algunos mueren en el in...