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Con una mano tamborileaba sus dedos contra el portafolios de cuero y con la otra, temblorosa, acomodó un par de veces el nudo de su corbata a sabiendas de que estaba más que perfecta.
Secó su frente y repasó taciturno lo que diría mientras su pierna se movía frenética, dejando a la vista de todos su desasosiego.
Le criaron con la enseñanza de siempre hacer lo correcto y así se formó para actuar ante la vida y fue por eso que las palabras se le soltaron al más mínimo toque de su espalda contra el respaldar de la silla a la que fue invitado a sentarse.
—Tengo afinidad por la Señorita Cassiani —dijo Darío Elba sin rodeos al apersonarse a la dirección del colegio el jueves por la tarde y sin dejar de ver a la cara al Director Ephraím Garita, entregó el expediente médico de la pelirroja más una carta exponiendo eso que sentía y objetando tener el juicio comprometido; dejaba a entera disposición de su superior el decidir su futuro como tutor de la 2-4.
—Ven, hay algo que quiero mostrarte —contestó Garita imperturbable después de escuchar la confesión y se dirigió frente al tv que se encontraba en lo más alto de un mueble donde se almacenan los libros de actas.
—Sólo los corazones débiles de los hombres enceguecidos caen ante el deseo y lo tuyo, Darío, está lejos de ser eso —contestó Garita dejando al que se creía culpable boquiabierto cuando éste levantó la mirada para ver lo que querían enseñarle: su propio reflejo.
La grabación de las cámaras de seguridad del día de ayer con Nina entre sus brazos y la desesperación en su rostro intentando auxiliarla.
—Para el vulgo popular, eso se llama heroísmo —continuó el Director al pausar el video —Económicamente hablando: nos ahorraste una demanda y hasta un cierre, pero para un viejo como yo que raya los sesenta; eso Darío se llama ...
—Le pido que no diga esa palabra Señor —se apresuró a decir el tutor sintiendo algo atascado ahí en su nuez de Adán luchando por salir.
—Si yo te quito ese costoso traje que cargas y a ella el uniforme: me quedan dos seres humanos por igual y en dimensiones exactas ¿Los años? Una medida de tiempo que escasea cuando la muerte llega —dijo Garita en tono casi vehemente —Vete a tu salón de clases Darío, lleva a tus niñas a la misa y usa el período en que Cassiani esté incapacitada para adaptarte, no será fácil pero sé que puedes.
—¡Pero Señor!
—¿Quieres que le dé tu plaza a Illías? —inquirió Garita —Cuando te supliqué que vinieras fue porque él buscaba el puesto de Prego y aún lo quiere. No soy idiota y sé todo lo que hace y me da tanto asco no poder sacudírmelo de los hombros porque su padre está en el consejo, pero jamás lo dejaría como tutor. Suficiente peso tiene ya mi conciencia de tener las manos amarradas a las argollas de la parentela de esa sabandija.
—¡Eso nunca! —replicó Darío poniéndose de pie y con la posible amenaza de quién tomaría su puesto si él se iba, le bastó para estar seguro de la forma en que debía de proceder —Gracias Señor —se despidió dando la mano.
—Puedo preguntar ¿Quién más lo sabe?
—Únicamente Sandro Cassiani y usted descontando a Hooper.
—Si las reglas del cortejo no han variado: era a ella a quién tenías que decirle —contestó riendo Garita con suma extrañeza, pues ese no se parecía en nada al Conquistador que él conocía.
—Mi propósito es saberla feliz. Más allá de eso, nada pretendo —dijo Darío con amenidad para después retirarse.
—Uno nunca deja de crecer —dijo una voz que venía tras la librera de los anuarios cuando la puerta de la oficina de la dirección se cerró —¿Me permites leer el expediente médico de Fahrenheit?
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¡Corre Nina, crece! ©
Teen Fiction❝Juventud, divino tesoro, ¡ya te vas para no volver!. Cuando quiero llorar, no lloro... y a veces lloro sin querer...❞ (Canción de Otoño en Primavera por Rubén Darío). Todos pasamos por la adolescencia: no hay quien se salve. Algunos mueren en el in...