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El buen humor Nina lo había dejado en la panadería esa mañana, se fue al colegio con el pensamiento abstracto y estuvo buena parte de la mañana en más silencio del habitual.

A la hora del primer receso, bajó hasta las oficinas de los tutores en busca de Darío Elba, tal y como lo había prometido ayer, iba a entregarle su gabardina.

Tocó la puerta varias veces, pero comprendió que a lo mejor él aún no había llegado, pues nunca le atendieron.

Contando los minutos que le restaban para poder subir sin presas hasta el cuarto piso, donde estaba su salón de clases, se dio la vuelta y se dirigió a las escaleras de caracol, ella seguía meditabunda con la cabeza sumida en sus memorias.

Justo al momento exacto cuando el timbre indicaba el final del receso, gritaron su nombre dos pisos abajo, la voz resonó muy fuerte por el eco y ella asomo la cabeza por el baranda

—¡Nina! —volvió a llamarle un exhausto Darío Elba que parecía haber corrido tras ella un buen rato

—¿Si? —contestó la pelirroja

—¿Me buscabas?.

—Traje su gabardina —dijo y comenzó a bajar hasta encontrarse con él a medio camino, ella le entregó la bolsa, le agradeció y se disponía a retirarse, pero él se encontró con su mirada apagada, esa no era la Nina que él conocía.

—¿Sucede algo? —preguntó mostrando más interés del usual aunque intentó maquillar su preocupación con su amena sonrisa.

—Cosas de la edad —se limitó a contestar y siguió subiendo, Darío sentía una extraña curiosidad por Nina desde la primera vez que coincidió con ella y también con todo lo que pasaba a su alrededor y hoy sentía una necesidad por estar a su lado en ese preciso instante, pero no conocía el carácter de Nina, así que tanteando el terreno finalmente se animó a decirle:

–Si necesitas hablar, sabes que mi trabajo es exactamente hacer eso: hablar con cada una de ustedes. Sin embargo, respeto si te gusta sufrir en silencio.

—¡Gracias! —contestó —no se preocupe, ya se me pasa, pero sino yo lo busco —dijo esto último por decir y continuó su camino.

En el almuerzo Nina estaba más que callada, se le había quitado el hambre y optó por recostarse en una de las largas bancas de la cafetería, Moira y Bloise - que se habían pasado haciendo señas preguntándose uno al otro si sabían que era lo que le pasaba - estaban extrañados de su comportamiento, Bloise revisó el calendario junto con Moira pero llegaron a la conclusión de que Nina aún no estaba en sus días, algo más no estaba bien con ella.

La tarde pasó lenta y tediosa, Moira había cuchicheado con todas en busca de una pista de la tristeza de Nina pero no encontró ninguna, agotando todos los medios optó por uno que sabía que era infalible, pero que solo usaba en casos de extrema urgencia:

¡Ey!. ¿Qué ondita?. ¿Cómo estás?. ¿Qué tal la U?. Disculpa la molestia pero: ¿Vos sabes que le pasa a Nina?. Se le ve muy triste y mis poderes de payaso han sido repelidos, no me gusta verla así.—

Y sin dudar envió el mensaje, se quedó mirando el teléfono con los ojos casi viscos en espera de la respuesta, a cabo de tres minutos y contando le contestaron

¡Hola Enana!. No te preocupes, ahorita se le pasa ;-) ¡Gracias por avisar!.—

A Moira no le quedó más que aceptar el "ahorita se le pasa" y esperó que así fuera, por gracia de Dios no quedaba mucho para la salida, pues la nube negra sobre la cual Nina estaba abrazada sin querer soltar era de esas tóxicas y contagiosas, no es que ella viviera con una sonrisa de oreja a oreja - como Moira que se reía hasta con las moscas - pero ellas jugaban un papel importante en el equilibrio fundamental de esa sección.

¡Corre Nina, crece! ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora