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Nina estaba sentada en la banquita del parabús cuando vio a Darío Elba cruzar la calle, ella le saludó con la mano y se corrió dos lugares para abrirle campo. Darío no negaría que estaba nervioso, sentía la hiel revoloteando en su estómago y tenía una curiosidad por saber a qué de debía esa desconocida sensación que le provocaba Nina, pero más que tranquilizar sus ansias, quería hacerla sentir bien y hallar la manera de arreglar eso que la estaba incomodando.

—¡Hola Sleppy Girl!. ¿Estás lista para dormirte de nuevo?.

—¡Hola Extraño!. Fíjese que no, porque esa fue y será la única vez que me vea dormir en un autobús.

—¿Extraño?. ¡Ouch!. ¿Tan rápido olvidaste mi nombre?. ¿Te sabe feo decir Darío Elba?. ¡Me dueles Nina!. ¡Y para colmo de males ya no eres quieres ser más mi Sleepy Girl!. No has escuchado el dicho que reza: "no digas de estas aguas no beberé jamás"?. Apuesto a que un día de estos te volveré a encontrar como cuando te vi por primera vez —dijo él entre un lamento risueño mientras abrazaba su portafolios contra su pecho.

—Claro que me sé ese refrán, pero a menos que usted me aburra no voy a dormirme —le contestó mientras le guiñaba un ojo.

Darío estaba extasiado por la forma en la que Nina le hablaba, desde aquel día lluvioso se había devanado los sesos pensando en cómo era la pelirroja dormilona del asiento junto a él. Y sí, no iba a negar que le gustaba físicamente, empezando por ese llamativo color fuego que tenía en sus cabellos. Cuando la vio por segunda vez en el colegio y sin lentes le pareció la chica más sencilla y tierna que jamás había podido conocer y sus ojos verdes lo tenían fascinado.

Pero cuando supo su edad y en especial que sería su alumna se obligó a golpes de moral a disipar aquellos pensamientos porque él jamás la tocaría, tenía su propio código de honor y un hombre que no sigue sus propias reglas no era digno de llamarse hombre según su filosofía de vida.

Había llegado al colegio con la convicción de ayudar y a servir, no a tropezar y mucho menos a aprovecharse de los sentimientos confusos de las estudiantes. Era también por eso que Garita lo respaldaba y había acuñado su nombre y honor ante el consejo con su expediente intachable de ex alumno en la mano y cuando Prego entregó su renuncia, el nombre de Darío Elba resonó en sus oídos y ya fuera por casualidad o destino, le encontró sin buscarlo un día lluvioso mientras hacia el supermercado. De habérselo propuesto Garita, quizás, no lo hubiera encontrado pues se sabía que Darío estaba fuera del país, en Oxford para ser específicos, estudiando y no tenía mucho de haber regresado a casa por un descanso sin tiempo definido para terminar un proyecto que se tenía entre manos.

Platicar con Nina en el autobús lo encontró inocente, basándose en lo que ella misma le había dicho: "las calles y los autobuses son públicos". Por lo que no encontró, ni encontraría ésta vez ni las siguientes, problema con acompañarle durante el camino.

El colectivo, está vez indirecto, de las 5:15 p.m. llegó sin demoras, Nina saludó al mismo chofer de siempre y éste reconoció a su acompañante como el "novio empapado" del otro día, pagaron en medio de risillas, aclaraciones y negaciones sus respectivos tiquetes y Nina volvió a escoger "su asiento" de siempre.

—¿Me permite sentarme a su lado señorita? —preguntó Darío Elba inclinando la cabeza y esperando respuesta muy caballerosamente.

—¿Y si le digo que no?.

—Igual me siento, aunque no quieras —dijo mientras se dejaba caer con tono de desaire y haciendo un puchero.

Nina se echó a reír, él se acomodó a su lado y se quejó de que en algunos modelos de autobús no le cabían las piernas, Nina seguía muerta de risa y recordó una de las ventajas de tan sólo medir un metro con sesenta y cinco .

El viaje comenzó ameno y Darío, sin olvidar su objetivo, quería encontrar el momento especial para traer a flote aquel tema pendiente de la mañana que le urgía tratar sin demoras, pero dada la previa experiencia de horas atrás, sabía que debía hacerlo con muchísimo tacto. La oportunidad se le presentó cuando, dos estaciones más adelante, una pareja de enamorados abordó la unidad y ella hizo un gesto de desagrado volviendo la cara contra el vidrio, negándose rotundamente, aunque le doliera el cuello, a ver a aquellos tórtolos.

—Nina, ¿puedo hacerte una pregunta? —dijo Darío Elba esperando y cruzando los dedos por que ella dijera que si.

—Depende de la forma en que me lo pregunte.

—¿A que te refieres?.

—¿Con quién estoy hablando? —dijo Nina con tono de broma, refiriéndose a que si hablaba con su tutor o con el buen samaritano del autobús.

—¡Con Darío Elba que, por el poder de tus babas, se ha ganado el derecho de aspirante a ser tu amigo! —contestó efusivo Darío, dándole de esta manera a entender que quería hablar con ella con la misma casualidad que lo haría con alguien a quién podría llamarle amigo.

—¡No me diga que venía babeando!, ¿lo babee, verdad? —dijo Sleepy Girl mientras ocultaba su rostro con sus manos, dejando un espacio mínimo entre sus dedos  en un juego de: "veo, veo, que te veo, pero no te quiero ver".

—Si, venías babeando, pero a mi no me bendijiste con ellas —le dijo riéndose, Nina estaba colorada, pero también encontró graciosa la forma en que él se aprovechaba de esas cosas que consideraba importantes y a la vez tan triviales.

—¡Ok!. Se ha ganado el derecho a una pregunta.

—La voy a hacer, pero cuidado y me sales con una olímpica —le dijo muy serio, pero con una sonrisa en la comisura de los labios.

—¿Quién es usted y dónde ha andado hurgando que parece que me conoce bien? —contestó un poco sorprendida al ver que Darío en poquísimo tiempo había decifrado la manera en que ella se escabullía con ingenio de las preguntas que no quería contestar.

—¿Qué problemas tienes con el sexo Nina? –preguntó él de manera directa y sin ningún preambulo, la pregunta era clara y concisa así que no había forma de evadirla por ninguna esquina.

—¿Yo?. Hnm ... Bueno, el sexo y yo estamos muy bien, gracias ¿y usted? —dijo intentando cerrar filas, pero no le iba a ser posible porque Darío Elba cuando algo se proponía lo conseguía y tendría sus maneras de obtener la respuesta exacta de la boca de Nina.

—Yo ayer satisfice mis necesidades, pero no has contestado mi pregunta —le dijo de manera muy natural, pensando en que si se abría a ella, Nina también haría lo mismo con él.

Nina - que no esperaba esa confesión tan privada de Darío - quiso creer que era una broma —"debe estar jugándome una" —se dijo en su mente, pero no pudo evitar que se le subiera el color al rostro pensando en Darío y el sexo.

—Ya le dije hace un rato: el sexo me da risa —recapituló para dejar de pensar en eso y recordando lo que ella sentía en sus adentros.

—Sigue sin responder mi pregunta señorita –volvió él a insistir y sin saber exactamente porqué, le ofreció la mano y Nina, dudosa, sintió un leve cosquilleo en la punta de sus dedos al más mínimo roce con aquella piel ajena.

—Está bien, le contaré, pero ¿está listo para escuchar las "quejas" de una adolescente común y corriente? –le preguntó cuando había entregado entera su mano, presintiendo que aquel gesto podía ser perpetuo: que Darío estaba y estaría con ella siempre que lo necesitara. Incluso aún, cuando no lo quisiera.

—Es lo que quiero escuchar desde hace mucho salir rato de tu boca, quiero que me digas lo que te incomoda Nina, por favor —dijo por último a modo de suplica y apretando levemente su mano esperando así transmitir confianza en ella.

Nina se acomodó al asiento y comenzó a recordar todo aquello que le había pasado el día de ayer y por lo cual aún tenía un dolor y un remordimiento cautivo apresado en el pecho que no la dejaba sonreir de esa manera en que Darío Elba la quería ver.

¡Corre Nina, crece! ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora