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—¡Mamá: encontré a Nemo!

—¡No soy un pececito!

—¿Ah no?

—¡Qué no, Oné, déjame entrar! —se quejó Nina cuando su hermana no le permitió el ingreso a la vivienda familiar porque, como si de la esfinge mitológica se tratase, la mayor exigía un tributo para ceder el paso.

—Si quieres entrar; contesta. Espécimen que dice no ser un pez que se portó mal, ¿qué eres?

—¡Una que adolece! —y por primera vez en su vida; bastante orgullosa de sus dieciséis, Nina afirmó: —¡Y una muy rebelde!

—Oh. Ya veo —ironizó. Tras acomodarse la carcajada que a duras penas lograba contener, cruzada de brazos y agudizando la mirada, la treintañera que podía dar cátedra sobre las causas, efectos y derivados de la rebeldía; escudriñó el rostro de la menor. —Y por tanto, como muestra de tozudez te escapas para ir a... ¿estudiar?

—Sí —respondió con firmeza y al ver que Oneida no daba crédito a lo que ella consideraba sublevación, Nina aprovechó para anotarse una victoria en aquel tablón imaginario que ambas se disputaban desde que pudieron entablar plática: —También me rebelé ante el mundo y sus reglas cuando, en el lugar menos indicado, le dije al hombre que me gusta que le llevo ganas. Jaque.

—¿Vos? —la señaló Oneida desconfiando. —Vos... le dijiste a Darío que... ¿eso?

—Ajá —confirmó sin su característico e intachable orden; demostrando un puñado de sentires, emociones y pensamientos en plena metamorfosis.

Algo tan natural y sublime a lo que las adultas de la familia, a pesar de prevenirlo desde hacia tanto, ahora no sabían cómo reaccionar.

—¿Que hiciste qué? —cuestionó de repente la madre de ambas.

—Nada. —aseguró la pecosa tapándose la boca como jugando a esconder los números de las matemáticas.

—¿Cómo que "nada"? —dijo la señora con el cerebro sintonizado en la comprensión y a la vez en su papel de madre. Con su irrupción, no pretendía cohibir a Nina; buscaba convencerse de que aquello procesado por su oído no era un rezago de la radio novela que recién había escuchado porque, a pesar de que también llevaba rato esperando tales muestras de locura por la edad: le resultó casi imposible creerla ahí, sin avisos ni preámbulos rompiendo esos modos tan maduros con los que regía sus actos. Por eso y tratando de no ceder ante la sorpresa, Doña Maho se mordió los labios antes de pronunciar: —¡"Nada" fue lo que dijo el pez y terminó por ahogarse!

—Ni pez ni ahogada, solo niña que se hace mujer. —enunció sin titubeos y con una mano puesta donde se guardaba el corazón, con la otra daba fe a su juramento.

—Creo... creo que su hija al fin se atrevió a sentir sin pensar. Eso es lo que pasa, mamá. —concluyó Oneida al comprobar que su hermanita no bromeaba.

—¡Sí lo sabré yo! ¡Ay, sí sabré yo sobre eso y ten por seguro que tenemos mucho por digerir pero antes: directo a la ducha!

—¡Pero quiero ir a saludar a papá!

—¡Y vuelve la mula al trigo! —protestó Oneida masajeándose la sien pues Nina seguía alienándolas de su vida inmediata.

—No entiendo el drama. Ya saben que no puedo poner un pie dentro o fuera de ésta casa sin contárselo a papi. Es lo menos que puedo hacer después de haber...

—¡Dije al baño! —la cortó contundente la señora y esa su severidad que podría parecer repentina; no caía en la incongruencia.

Nina atropellaba el alba de sus sentimientos con el apego insano a su condena auto infringida. A modo de costumbre, ella continuaba anteponiendo a César por sobre todo y todos y, aunque sus motivos proviniesen del amor, no se le debía permitir ni tolerar más esa actitud que únicamente servía para usar como claustro la trinchera dolorosa del ayer.

¡Corre Nina, crece! ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora