Accidente

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Accidente

Un nuevo día comenzó. La alarma sonó como siempre y la silencié con un manotazo. Había amanecido con un dolor de cuello terrible, tal vez había dormido en mala postura. Me levanté quejándome con la mano en el cuello. Me dirigí al cuarto de baño y enjuagué mi cara y mi boca, en modo de rutina. Bajé hacia la cocina, pero no vi a Michael cerca de ahí, así que desayuné arriba en mi habitación. Al terminar, me cambié de ropa y arreglé mi cabello. Pasé por un lado de un gran espejo cerca de mi cama. Me dio curiosidad de saber cómo estaba, o mejor dicho cómo me veían los demás.

Me puse frente al espejo y miré primero mi cabello. Era de color caoba, sedoso y algo ondulado, me llegaba a la altura de la cintura. No era el tono natural de mi cabello, era teñido, mi color real era castaño claro casi rubio, pero con la mala fama que tienen las rubias, decidí teñirlo. No iba a ser objetivo de más críticas y que pensaran que era una de esas chicas sin cerebro como muchos decían.

Seguí por ver mis ojos, muchos decían ser el mayor atributo más llamativo de mi persona, eran de color celestes aunque era un tono extraño, muchos decían que se podían ver un toque de violeta con la luz, aunque jamás les creí. Mis largas pestañas hacían resaltar mis ojos y por eso yo no insistía en ponerles máscara ni maquillarme. Luego miré mi rostro, tan blanco y con unos tonos rosados en las mejillas igual que mis labios. Mi labio superior era un poco más delgado comparado con mi labio inferior. Era linda, eso lo tenía presente, pero no era una maravilla, nunca me gustó sentirme más de lo que era, no podía.

Mi piel era demasiado blanca y delicada, no podía estar media hora en pleno sol sin ponerme roja como un tomate. Mi cuerpo era normal aunque un poco más delgada y alta. Algunos me preguntaban si era una tipo de modelo por mi forma de caminar, ya que como practicaba gimnasia era estricto mantener una buena postura todo el tiempo y ya me había acostumbrado. Mis piernas eran largas y estilizadas pero fuertes, y por eso evitaba a toda costa salir en público con falda o un vestido, no me gustaba que la gente me miraba de esa forma… me incomodaba.

Aparté mi vista rápidamente y me alejé del espejo. Bajé hasta llegar a mi auto y entré en el. Manejé deprisa para llegar lo más pronto posible y no toparme con los estudiantes amontonados por entrar. Extrañamente, fui reduciendo un poco la velocidad, pocas veces lo hacía pero ahora podía presentir algo.

Desvié un poco la vista hacia el GPS para ver cuánto faltaba para llegar al instituto. Al regresar mi vista tuve escasos milésimas para entender lo que estaba por suceder...

Sentí un fuerte y seco impacto en el frente de mi auto. Fui sacudida hacia adelante, haciendo que el seguro del asiento se zafara y chocara contra el volante. El impacto me sacó el aire, el duro golpe fue demasiado tarde para mi protección, sentí la espuma condensándose después de fracciones de segundo impidiendo que me saliera del auto.

 Sentí algo caliente resbalando por mi frente nublándome la vista del ojo derecho, comprendí que era sangre de una herida abierta a causa del choque. El cuello me dolía sin mencionar el dolor intenso y punzante de mi cabeza. Casi al mismo instante escuché la alarma de mi auto el cual empezaba a llamar a emergencias. Empezaba a faltarme el aire, no podía respirar aire suficiente para llenar mis pulmones, comencé a desesperarme, toqué con mis manos las partes del interior de mi auto hasta que salió una mascarilla para respirar, me la puse y me tranquilicé lo suficiente.

Pude ver un auto de carga frente del mío, el causante de mi accidente. Pero no pode detectar a alguien dentro de él, parecía estar sin conductor ni pasajeros. Me alegró un poco saberlo, aunque no por mucho tiempo, deduje que tal vez todo esto era planeado con la intención de asesinarme en un “accidente”.

En menos de dos minutos pude escuchar las sirenas aproximándose, mi cuerpo era incapaz de moverse, estaba casi en shock. Sentí abrirse la puerta del conductor y unas manos sosteniéndome y llevándome hacia la ambulancia.

Mis oídos eran un caos, solamente escuchaba murmullos por todas partes, sirenas y alguno que otros gritos de histeria. Mi vista no era capaz de enfocar, solamente veía borrosamente mi auto que sólo tenía unos cuantos rasguños y unos pares de golpes, no parecía que representara lo que yo había vivido dentro. Y delante de él, estaba el auto sospechoso, había gente a su alrededor analizándolo. De pronto, sentí ganas de llorar,  de no ser por una pisca de suerte, hubiera podido estar con mi madre en este momento, de la misma forma. La extrañaba tanto. La depresión me consumió y me fue debilitando hasta quedarme inconsciente.  

Abrí lentamente mis pesados ojos, y pude distinguir un rostro preocupado.

—Papá, lo siento, no me…

Fui interrumpida en mi intento de disculpa.

—No digas nada, tranquila… tú no tuviste la culpa de nada —dijo tratando de mantenerse fuerte.

Pude ver que sus ojos estaban algo rojos causados por, tal vez… llorar. Hace mucho que no lo veía así, no desde la muerte de mi madre. Tratando con todas sus fuerzas para no derramar lagrimas y demostrarme que todo estaba bien… de alguna forma.

Simplemente asentí y miré a mí alrededor, seguro que estaría en el hospital. Luego mi vista se colocó en mi mano derecha la cual tenía una instalación intravenosa para administrarme algunas sustancias. Rápidamente desvié mi vista. No me gustaban para nada las agujas, ni nada que traspasara mi piel.

—¿Te sientes bien? —preguntó mi padre al ver mi expresión

—Agujas… —Me limité a decir.

Él sabía de mi temor por esas cosas, tenía borrosos recuerdos de niña cuando me sometían a bastantes inyecciones. Cuando les preguntaba ¿por qué otra vez? Siempre contestaban “Las necesitas”.

—Pronto te las quitaran… Estarás bien —dijo nuevamente preocupado.

—Sí lo sé, no me pasó nada. Estoy bien —hablé con una voz ronca.

Estuvimos en silencio unos minutos, hasta que él habló primero.

—No quiero perderte a ti también —continúo tomando mi mano, apretándola levemente —. Sería demasiado doloroso —siguió apretando su tabique con su otra mano. No sabía qué decir, no tenía palabras, así que solamente me quedé callada mirándolo.

Soltó aire y respiró.

—Es por eso que te tengo una sorpresa —informó cambiando totalmente su expresión y mostró una pequeña sonrisa.

Me tomó por sorpresa e incluso reí ante mi curiosidad.

—¿Qué es? —solté alzando una ceja.

—Tendrás que esperar para mañana, nos iremos temprano.

—Pero mañana tengo clases —agregué sin mucho interés.

—No te preocupes por eso, yo ya lo arreglé. Mientras tanto, tú debes de descansar —concluyó acercándose y dándome un beso en la frente y salió del cuarto.

Michael era buen padre incluso si no te tenía mucho tiempo para darme, pero cuando quería compensarme lo hacía bien.

Me pregunté ¿qué sería tal sorpresa que lo puso tan feliz? ¿Me pondría feliz a mí también? No lo sabía, pero mañana lo descubriría.

LoveMechanic: La Obsesión del AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora