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Admiré las magníficas dotes físicas que se presentaron ante mis curiosos ojos, deleitándome con cada curvatura de aquel rostro serio que Felix Frederick plasmó. Bueno, creo que me veo en la necesidad de calmar un tanto los aires puesto que el mal humor venidero que traería consigo esa sombra llamada "Felix" dejaría de lado su físico para centrarme en su aparente personalidad. Siendo sincera, primero me vi envuelta en la inmensidad de posibilidades para confirmar que él era el chico del paraguas gracias a su abrigo. Sin embargo, me vi tentada a ver más allá de aquel icónico gesto para hipnotizarme en su fría expresión.

Mi susto de mala muerte provocó el silencio total en la sala donde nuestros padres hablaban. Y la curiosidad se hizo un hueco dentro de mi cabeza para situarse allí todo el resto del día.

—Allí están, qué maravilloso reencuentro, ¿no? —habló tía Michi, dando un respingo en su lado del sofá.

Su aviso hizo que los demás giraran en nuestra dirección para prestarnos atención. Sentí una necesidad incontrolable de hacer ese gesto (no tan) inconsciente de mecerme hacia los lados cuando me vi siendo observada por los mayores, pero controlé mis impulsos.

—¿Hace cuánto no se veían? —curioseó mamá y buscó una respuesta en papá.

Él achicó sus ojos, calculando el tiempo y respondió dirigiéndose a su amigo:

—¿Unos diez años tal vez? —preguntó dirigiéndose a tío Chase.

—No llevo la cuenta —dijo él—, pero solían jugar todo el tiempo cuando vivíamos en Los Ángeles.

—Sí, sí —añadió su esposa—. Tengo muchas fotos de ellos. —Miró a su hijo a la espera de una respuesta. Felix caminó hacia el sofá con el rostro serio y sin ningún ápice de amabilidad para sentarse junto a su padre. Se encogió de hombros ante el silencio que surgió mientras le observábamos e inspiró.

—No lo sé —respondió—, no recuerdo.

Y yo que esperaba una respuesta más interesante. Un nefasto reencuentro, la verdad, sobre todo porque nuestros padres hablaban como cotorras y nosotros estábamos de compañía nada más. Hice un esfuerzo para lograr obtener un hueco en el sofá, mas todo lo que conseguí fue sentarme en el apoyabrazos del sillón donde papá estaba. Desde el rincón donde nos encontrábamos pude examinar con detalle la fisonomía de Felix. Observé primero su cabello castaño oscuro y desordenado, mucho más largo de arriba que por los lados; bajé hasta sus ojos marrones y redondos; luego a su nariz respingada; me embobé mirando el movimiento de sus labios ni muy gruesos ni muy finos, pero que parecían bailar con cada gesto que formaban; lo siguiente en llamar mi atención fueron sus dientes blancos y las dos paletas del frente asomándose como si fuese un conejo, las cuales ya tenía antes de mudarnos; me detuve para observar los hoyuelos que se marcaban cada vez que decía algo con «M» al responderle a su madre; bajé hasta su quijada bien marcada; y por último, me detuve en la parte de su tatuaje en el cuello que ocultaba una la camisa a cuadros roja. Un tatuaje que no valía mucho la pena analizarlo tan a fondo cuando las comparaciones serían mínimas conforme a la borrosa imagen del chico con el paraguas.

Un beso bajo la lluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora