D o c e

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#Floyd

#ElRegresoDeLaAdivina

#ElRegresoDeLaAdivina

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Tardé en darme cuenta de lo que Felix hizo. Mi rostro podría haber sido un tomate, pero no. Palidecí entera como si hubiese visto a un fantasma. No fue el primero de mis besos. Me llené de terror un segundo y no pude decir más. Lo extremadamente extraño que me hizo reaccionar fue el gestor de aquel inocente beso. Esperaba que él me propinara un comentario desagradable antes que un beso, porque la mayor parte del tiempo lo que salían de sus labios solo servía para hacerme sentir mal. Hasta creía que me odiaba por el simple hecho de ser yo.

Un beso puede significar mucho. ¿Acaso era el «beso de la muerte»? ¿Acaso era su forma de desearme la muerte como lo hacía la Cosa nostra? No, no. Felix no tenía aspecto de mafioso.

Tuve que pestañear un par de veces para volver a pisar tierra, ya que mi cerebro —y la parte racional de éste— decidieron hacer un largo viaje lejos del entendimiento al ser consciente. Asombrada, pegué un grito ahogado y me cubrí la boca con las manos, mis hombros se subieron para cubrir mi cuello.

Felix frunció los labios.

—Cuando llegue a tu casa podré tachar los dos deseos de la lista —anuncio, reafirmando el agarre de la enorme pizza—. Gracias por tu colaboración.

—¿Gracias por? Me besaste... —chillé siguiéndole una vez más el paso.

—Oh, ¿de veras?

Decidí no pensar demasiado en un beso, porque ¿para qué quebrajarme la cabeza pensando sobre ello?, nada más se trataba de un beso. Actuar normal era la vía más factible que veía, de todas formas, a Felix no parecía importarle en absoluto.



Subí al bus escolar como si fuese un lunes por la mañana y no un viernes. Generalmente los viernes eran mis días favoritos, mi estado de ánimo era el que más desesperaba a todos cuando planeaba qué haría el fin de semana. No obstante, no tenía nada planeado. Últimamente, con Los Frederick en casa, no podía tomarme tantas libertadas; como ver la televisión semidesnuda en el sofá; asaltar la nevera; poner música a todo volumen; bailar en medio de la sala... También salía con Wladimir, pero esa costumbre ya estaba desechada y después de que me dejara, el gallinero se ocupó de mantenerme al margen de pensamientos sobre el papanatas calvo.

—¿Por qué no hacemos algo este fin de semana? —les sugerí a las cuatro gallinas.

—Lo siento, tengo planes con la Asociación de Creyentes en Extraterrestres. —Eli soltó una sonrisa culposa.

¿Realmente existía una asociación así?

—Nosotras tenemos que ir a visitar a la abuela de la tía de una prima —habló Nora, quien trenzaba el cabello de su gemela—. Ya sabes, esos viajes innecesarios que son necesarios para "unir la familia" —agregó con tono burlón lo último. Fabi se echó a reír provocando que Nora soltase la extensa trenza que casi acababa.

Un beso bajo la lluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora