T r e i n t a y c i n c o

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Capítulo dedicado al gallinero (luego me pagan por la dedicatoria e-e)

Capítulo dedicado al gallinero (luego me pagan por la dedicatoria e-e)

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Un escandaloso estornudo causó eco en la desierta calle de Jackson. La noche con su mítica luna alzada en el cielo era testigo de una Floyd con la nariz cual Rodolfo el reno, que recién se desocupaba de unas largas horas de pintura, música y monólogos que pretendían ser conversaciones pero que su destinatario solo respondía con ademanes.

La primavera seguía provocando estrepitosos síntomas alérgicos a todo lo que respirara y esa noche no iba a ser la excepción, sobre todo si la mala fortuna se asentó sobre mis hombros susurrándome que sería buena idea dejar el tarro de basura en una bodega llena de polvo.

Metí las manos a mi bolsillo adelantándome dos pasos del chico inexpresivo con nombre de felino, Felix, que caminaba con toda la tranquilidad del mundo abrigado hasta el cuello con su abrigo marrón.

Me di vuelta caminando hacia atrás, dándole la espalda al largo camino que restaba.

—Deberíamos ir a algún sitio, así como para celebrar.

Me gané una mirada de esas que se le dan a alguien que dice algo extremadamente ridículo, cosa que no estaba muy lejos de parecer.

—¿Celebrar qué? —preguntó— ¿Nuestro castigo?

—Sí, eso... —dije en voz baja—. O, no sé, pasar el rato después de tanto trabajo.

—Pintar no conlleva trabajo.

¡Auch! Ese era un rechazo indirecto. Ahora entendía a las pobres chicas que buscan salir con él y recordé porqué no era yo la que tomaba la iniciativa cuando me encaprichaba con alguien. El miedo al rechazo siempre estaba latente en cierta parte de mi desdichado corazón, desde la primera y desastrosa declaración que cometí, la cual parecía una declaración jurada, siendo yo la criminal que relataba sus terribles actos. Recuerdo la cara de impacto y desconcierto, luego la mueca de asco y la negación garrafal.

Desde ese momento decidí dejarme llevar y esperar, aunque con la declaración hacia Felix rompí ese convenio.

¡Pero ahora volvía a pasar!

No importaba, las insistencias con Felix a veces lograban buenos resultados.

—Sí lo hace —repliqué —, mis muñecas son testigos y mis piernas también.

Guardó silencio.

—Sólo si dejas de caminar así. Mira el camino puedes caerte en cualquier momento.

—¡Trato hecho!

Me giré sobre un pie volviendo a caminar como lo haría alguien normal, a excepción de Joseff pues él caminaba de espalda al camino todo el tiempo con un profesionalismo inexplicable.

—¿A dónde quieres ir?

Se encogió de hombros con un semblante indiferente. Algo en mis entrañas me pedía odiar su faceta de «me importa una cucaracha todo», pero la otra se alegraba que, después de todo, siempre aceptaba mis propuestas aun sabiendo lo absurdas que podrían ser.

Un beso bajo la lluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora