C u a r e n t a y n u e v e

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¿Quién dijo que organizar una boda es sencillo? No, debo hacer la pregunta correctamente: ¿quién dijo que infiltrarse en una boda es sencillo? Tal vez lo sea para un adulto especialista en mentiras o de esos sujetos que tienen un don para el conve...

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¿Quién dijo que organizar una boda es sencillo? No, debo hacer la pregunta correctamente: ¿quién dijo que infiltrarse en una boda es sencillo? Tal vez lo sea para un adulto especialista en mentiras o de esos sujetos que tienen un don para el convencimiento; para un grupo de adolescentes que apenas conocen de la vida... creo que no. Y para una chica que no puede mentir sin hipar, menos.

Por fin, después de muchas búsquedas, nos colaríamos en una boda, y de millonarios. Insistimos tanto que Megura finalmente aceptó. Con un plan hecho para nuestra infiltración, solo nos quedaba reunirnos en su casa. Yo, por otro lado, necesitaba decirles a mis padres que esa tarde la pasaría con los chicos del club, suplicando que no preguntasen por qué, dónde y qué haríamos. Si se daba el caso, el sábado por la mañana estuve entrenando frente al espejo mi poco elaborada mentira sin que mi diafragma del mal me delatase.

Milagrosamente, la fortuna estuvo a mi favor. Creo que estaban demasiado ocupados en sus propios asuntos, por lo que un interrogatorio como el de las series y películas —en que mamá vendría siento el policía bueno y papá el malo— no ocurrió.

Arreglé mis cosas y salí de casa con una sonrisa radiante. En el parque, Felix y Joseff me esperaban. Eso me trajo recuerdos.

Las paredes de la casa de la familia Anderson estaban repletas de discos de vinilo y afiches sobre bandas de rock antiguas. También algunas fotografías en blanco y negro. No lucía como la sala común, más bien la habitación de un adolescente. Megura explicó que sus padres son amantes de la música y que eran miembros de una banda llamada Warrixr. Nos enseñó una foto del grupo, también algunas canciones de su propiedad. Todo indicaba que lo liberalista de sus de sus padres contradecían a su hija, siempre recta y moralista.

Nos cambiamos de ropa en el baño, uno por uno. Yo llevé el mismo vestido que usé para la graduación. Si lográbamos colarnos en la boda predestinada, entonces debíamos vernos a la misma altura que los invitados.

—¡Miren!

Jo apareció en la sala posando; con la camisa desabotonada y manos abriéndola, enseñando su disfraz de Batman elevando el pecho con la mítica mirada al horizonte.

—¡Payaso!, no eres Clark Kent, y ese es el traje de Batman —recriminó Josh, muy ofendido—. Además te faltan los lentes.

—¡Tienes razón! —exclamó conmocionado el chico de lunares, luego, dirigiéndose a Sam, canturreó—: Sam, qué bien te ves traje... ¿Me prestas tus lentes?

Los ojos de Sam se abrieron a la par, como si la pregunta de Joseff fuese insólita.

—Sin ellos no veo nada.

—Ahh, tranquilo, yo puedo ser tu guía. —La persuasión de Loo para que Sam accediera no pareció funcionar, sino que desató la expresión de horror más alucinante jamás vista.

—¿Qué? No, no, no. —Sam se aferró a sus lentes sosteniéndolos con sus manos—. Sé a dónde va esto.

—Ya, chicos —habló la voz de la razón y dueña de la casa, Megura—. Concentrémonos en lo que haremos. —La líder del club nos enseñó la hoja doblada con los nombres de todas las personas invitadas a la boda, que se realizaría en un recinto privado—. Anoche me di el trabajo de buscar a los invitados —continuó jadeante, de solo recordarlo se le notaba cansada—, uno por uno, y descubrí que la boda a la que iremos es la nieta del socio mayoritario de M.A.N., Terrius Kauffman.

Un beso bajo la lluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora