V e i n t i d o s

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Existe una palabra para describir las sonrisas de papá cuando está molesto: tétrica. Tuve la oportunidad de verla en varias ocasiones, como cuando le presenté a Wladimir (siendo ésta, posiblemente, la causante para que nunca más quisiera visitar mi casa). Me recordaba mucho a las sonrisas de los payasos en el circo, aunque claro, sin el maquillaje tan característico de ellos, razón por la que les perdí el interés a las entretenciones. Pero ninguna de sus tan macabras sonrisas se comparaba con la que hizo aquella noche.

Encontrar a papá, El Gran Mika, de pie y observando cómo su hija osaba a agarrar al hijo de su mejor amigo, no podía ser la mejor de las imágenes. Siempre parecía molestarse y la idea de que su única heredera tuviera ojos para otros, no le era grato. Jamás confesó que fuese esos tan característicos celos paternales. aunque lo fuesen. O eso decía mamá.

El enorme problema de este asunto era que él no podía hacer más que sonreír y tratar despectivamente a todos mis pretendientes; sin embargo, la situación se complicaba siendo Felix un chico que vivía bajo nuestro mismo techo. Podía ser muy extremista en ocasiones, quizás hasta correrlos de nuestra casa si era necesario, y con impredecible como su característica, creí que esa sería su opción óptima si de mantener a su hija "pura" se trataba.

Me negué a que eso tuviese una mínima posibilidad de ocurrir:

1. Porque sería demasiado cruel.

2. Porque yo tendría la culpa. Cargar con la culpa no era nada agradable.

Decidí hacer lo correcto. También usar un poco de mi ingenio y talento innato para la actuación.

Excusando mi cercanía con el Poste inexpresivo comencé a soplar, con toda la fuerza que mis pulmones me permitieron en ese instante, su rostro acentuando el aire en su ojo izquierdo, que era el más visible desde la perspectiva de papá.

—Tiene una pestaña —le dije, liberando lentamente al chico de mi agarre. En cuestión de segundos (alrededor de unos dos) la sinfonía de mis inigualables "hip" terminaron delatándome de la tan simplona mentira.

La mueca de papá se anchó.

Me fui todo el camino restante a la casa suplicando que no corriera a Los Frederick, que era mi culpa el habernos pillado así, que quería fastidiar a Felix. El susodicho inexpresivo, al que tenía no tan solo como compañero de piso sino también como compañero de colegio, no dijo nada. Tampoco parecía estar asustado o preocupado. Realmente no sabía qué pensaba y su rostro no delataba ningún signo de importarle el asunto.

Su gesto de desinterés total hacia la existencia humana no se vio fracturado ni siquiera cuando mi querido (y celoso) padre tuvo la descabellada idea de reunir a las dos familias en el comedor, cada uno sentado en las sillas, y reposando sus brazos sobre la enorme mesa de color caoba.

«Invoco a todos los extraterrestres y hombres topos para que me saquen de aquí», pensé en el fatídico momento en que se reveló los motivos de la improvisada reunión.

Un beso bajo la lluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora