T r e i n t a y c u a t r o

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Los días siguientes de la semana intenté descifrar alguna pista que me indicara si Felix escuchó mi declaración

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Los días siguientes de la semana intenté descifrar alguna pista que me indicara si Felix escuchó mi declaración. Me convertí en una psicóloga que busca algún indicio de aceptación frente a su paciente, examinando al inexpresivo chico con detalles casi sobre humanos. Cualquier rastro, cualquier gesto, pista o lo que sea, me servía para saber que, después de todo, mi misión falló rotundamente al saber que sí me escuchó.

Mi intención, mi muestra de valor, no salió a la luz para arrastrarse de vuelta a las sombras y ser reemplazadas por la vergüenza y el horror. Yo dije esas cosas porque una parte de mí sabía que no lo oiría y me quise hacer la traviesa con eso; mi otra parte, en cambio, temía ser escuchada. Esa expectación y constante incertidumbre era la que me tenía comiendo las uñas como piraña a un trozo de carne, triturándolas sin piedad.

Lo más evidente era que mi declaración se perdió en el aire, que la petición de Felix fue para no decirles a sus padres sobre el castigo, porque yo no le contaría a nadie sobre mi declaración, por una y mil razones.

Pero después de hostigarlo con miradas incansables que él respondía con su típica mueca de fastidio, como si viene a la peor de sus pesadillas, deduje que el único testigo de mi confesión era el viento y el maldito polen que no permitía a mi pobre nariz descanso alguno; siempre me tenía estornudando.

Los constantes estornudos deberían considerarse una tortura nueva, porque con mi pecho adolorido y la nariz de nabo que tengo, soy digna de una comedia americana muy mala. Y las cosas no mejoraban con la mascarilla que usaba en la florería, el polen desarrolló una nueva estratagema para arruinarle el día a la pobre Floyd "Estornudos Locos" McFly.

Para mi suerte mi ayuda en la tienda con Sarah, terminó la misma semana de la confesión —que desde pretendo no nombrar más, o perderé la cordura y la poca dignidad que mi orgullo de McFly ha reunido— con una linda paga que pretendo dejar en mi el lugar secreto donde oculto mis ahorros de manos atrevidas.

Y con el término de la semana, el tiempo para terminar las clases se acortó.

El lunes por la mañana suspendieron la clase de Historia para llevarnos al auditorio. Una charla sobre la universidad y la vocación adormeció la mente de todos los alumnos quienes, con un disimulo profesional, contagiaban bostezos que intentaban ocultar bajo sus manos.

Otros más descarados dormitaban en los hombros de sus compañeros o simplemente se dejaban estar meneando la cabeza como roquero con cada sacudida.

Uno de ellos era Joseff.

Jo, el Chico Batman se sentó junto a Felix en la fila del frente a dos puestos más allá de dónde yo me encontraba junto al gallinero. Cansado de no poder hablar prefirió sumirse en una siesta y sacudir su cabeza de lado a lado adormilado y desorientado. En más de una ocasión lo vi acomodar su trasero en el asiento luego de despertar desorientado y caer en cuenta de la charla. Hasta que en un momento dado, su cabeza dio a parar en el hombro de su compañero inexpresivo. Las tres locas, Nora, Fabi y Eli, chillaron en sus asientos como si se vieran a su ídolo, lo que provocó un siseo lleno de enojo por parte de los profesores y gente importante de la universidad.

Un beso bajo la lluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora