D i e c i o c h o

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#AbueloMcFly 

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Si tuviera que elegir entre la enfermería en mi colegio de Los Ángeles y la de Jackson, respondería que prefiero la última. Tengo malos recuerdos con la primera, sobre todo cuando por esos proyectos sobre la salud de los niños provocaban que todos (o la mayoría de éstos) saliésemos chillando acariciando nuestros brazos con los ojos rojos al soportar el dolor de las vacunas. Además, el olor a hospital me resultaba fatal. Jackson no se quedaba atrás en cuanto al olor tan característico de los utensilios médicos, tampoco en la decoración. Ambas enfermerías eran similares; paredes blancas, camillas cubiertas por sábanas del mismo color de las paredes, biombos que separaban estas camillas, una enfermera que no lo parecía, botiquines de color verde colgando en la pared y, por supuesto, el recuerdo a hospital.

Recordar la enfermería de Los Ángeles fue lo primero que hice al poner un pie dentro. La misma sensación inquieta que bailaba en mi estómago la que sentí cuando golpeé la puerta y la enfermera me hizo entrar. Había estado antes en la enfermería de Jackson, una vez que me torcí el tobillo bajando las escaleras. Pero la incertidumbre no estuvo presente en ese momento (esa incertidumbre tan peculiar como la que tienes cuando te van a vacunar), yo la sentí al preguntarme qué sucedió con Felix.

Saludé a la enfermera Poff y preguntar eso fue lo siguiente que hice estando una vez adentro.

—¿Eres una compañera? —interrogó la enfermera mientras escribía no-sé-qué sentada junto al escritorio—. Dijo que no se sentía muy bien y me preguntó si le permitía descansar durante el resto del recreo.

—Y... ¿cómo lucía?

Agudicé mi vista e intenté ver qué tanto escribía la enfermera sobre la hoja. Era una especie de expediente, solo logré divisar «Frederick» de la espantosa caligrafía de la señora Poff. Volví a incorporarme al ver que giraba su cabeza en mi dirección, por fin dejando de escribir.

—Cansado. Pero está bien. Obligué a hacerle un chequeo en cuanto... —miró de reojo el expediente— en cuanto llegó. Está en la última camilla, por si quieres verlo.

Asentí sin más y caminé por las camillas hasta dar con el último biombo que ocultaba una camilla de sábanas más oscuras que las demás con un cubrecama rojo. Sobre éste, estaba Felix con sus ojos cerrados y los audífonos en los oídos. Parecía que se había dormido mirando el techo agrietado de la enfermería, una mano sobre su vientre y la otra descansaba sobre la cama. Lo examiné un par de segundos más y decidí agacharme a su lado envidiando su perfecto perfil. Estaba pálido, pero eso era muy común en él.

Un beso bajo la lluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora