S i e t e

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—Quiero tener un papá así de influyente.

Miré hacia el grupo de deportistas reunidos alrededor de Wladimir. Todos, como buenos amigos, lo estaban consolando por quedarse calvo, mientras para mis adentros le restaba importancia al asunto diciéndome que el cabello crece y él estaba exagerando demasiado. Las miradas hostiles y amenazantes no faltaron entre sus más cercanos, pero desde mi lado tenía al gallinero para devolverles sus miraditas intimidades y un papá mucho más atemorizante que el director. La balanza estaba a mi favor.

—Yo también, Floyd tiene suerte. —Nora se limaba las uñas. El sonido me tenía con una sensación extraña recorriéndome toda la médula. A su lado, Fabiola que también tenía los pelos en punta por el sonido, le dio una palmada en sus manos para que se detuviese—. Sherlyn, defiéndome —gimoteó mirando a una Sherlyn Belou con un nuevo corte de cabello.

—Estoy ocupada. —Los dedos de mi amiga bailaban sobre la pantalla táctil de su celular—. Dile a Eli.

—No merezco ayudar a nadie después de lo que hice. —Eli se apretó las mejillas entre sus manos y torció sus cejas en son de lamento—. Por mi culpa nuestro Hurón se metió en problemas.

—Me metí en problemas con la nota que le escribí a Wladimir, lo de la venganza estuvo bien, Eli. —Palmeé su espalda para reconfortarla. Eli había estado callada toda la clase desde que volví del despacho del director, ni siquiera había comprado el almuerzo en el casino, ni probado el sándwich de queso y jamón que siempre robaba a Sherlyn. El peso de la culpa estaba sobre sus hombros, aunque desde mi punto de vista nadie más que yo tenía la culpa de haber sido castigada. Si mi ambición buscando ser reconocida por la trágica calva de Wladimir no hubiese conllevado a escribirle, sino a conservar el anonimato de nuestras fechorías, tal vez nada ocurriría y hoy no habría historia.

Al salir de clases, Felix, Joseff y yo emprendimos nuestro recorrido de vuelta a casa. Como siempre Felix no decía ni pio, ni siquiera para advertirle a un energético Joseff que escalar árboles podía ser peligroso. Yo intentaba hacerlo entrar en razón sin conseguirlo. Mi compañero de asiento tenía complejo de Batman... y de Tarzán. Subía a los árboles sin problema en tanto Felix escuchaba música e ignoraba sus señas por completo. Yo era la única que respondía a ellos, temiendo que en cualquier momento caería.

Al bajar volvió a mi lado.

—¿Por qué tu amigo no habla?

—Yo me hago la misma pregunta, supongo que somos demasiado idiotas para entablar una charla con él. —Me encogí de hombros y observé el perfil del Poste con Patas de reojo; como siempre, él no volteó a verme ni por sentirse observado—. Tú eres un chico, deberías preguntarle cosas, hablar sobre temas de chicos... No sé.

El rostro de Joseff se deformó del asombro. Podría haber jurado que sus ojos se saldrían de sus cuencas.

—¿Yo? —Se señaló el pecho con el pulgar. Asentí como respuesta—. La vez que me dejaste con él ni siquiera me miró, o se despidió. Además, nunca me había sentido tan intimidado por alguien como me sentí con él. No hablamos nada de nada.

Un beso bajo la lluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora