Q u i n c e

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#SemanaDeFloyd

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Observé el asiento vacío donde Felix todas las mañanas se sentaba a desayunar. Desde el primer día en casa me percaté de su hábito sobre el desayuno. Primero se servía media taza de té y le echaba leche, lo revolvía y agregaba cinco gotas de endulzante, revolvía otra vez, golpeaba con delicadeza la cuchara contra la taza y luego la dejaba en el plato. Posteriormente, buscaba el pan más blando, lo partía a la mitad, sacaba la miga del interior y finalmente le esparcía con un cuchillo mermelada de durazno. No era hasta tener consigo una servilleta que comenzaba a comer; un sorbo del té con leche, luego un mordisco al pan.

Odiaba que fuese tan rutinario y pulcro para desayunar, no lo soportaba. Sin embargo, ese lunes estando todos en la mesa después de llegar del hospital, pude notar su ausencia. Incluso cuando sus gestos amargos y su expresión de odio hacia todo el mundo siempre me fastidiaron, realmente comprendí que me había acostumbrado a su estadía.

Solamente reinaba un absorto silencio. Fue muy extraño, no había risas, comentarios sobre el deporte, no había plática... Silencio, y expresiones abatidas.

—¿Por qué nadie me lo dijo?

Repasé las expresiones de cada uno, esperando una respuesta a mi pregunta. Ninguno de los adultos presentes parecía tener intenciones o los ánimos de contestar. Mamá, quien estaba a mi derecha, posó su mano sobre mi hombro como un gesto de consuelo. Yo no necesitaba que alguien me consolara, necesitaba explicaciones. Moví mi hombro para que me dejara en paz. La tensión en mi frente se acentuó más que antes.

—A Felix no le gusta hablar de eso, él no quiere tratos especiales ni se le mencione, quiere ser alguien normal dentro de lo que se requiere. Quiere tener su año normal.

Fue lo único que el tío Chase respondió. Creo que nunca lo había visto tan serio desde que llegó, hasta podría decir que su expresión apagada me dio escalofríos. Lo mismo con su mujer, la madre de Felix siempre traía una expresión distraída y alegre, riéndose de todo; sentada junto a su marido, quien acariciaba su mano como consuelo, todos esos colores en su rostro se habían esfumado. Pálida, con los labios rectos y sus ojos caídos.

Me mordí los labios rememorando, para mi mala fortuna, las palabras que le dije después de pegarle la primera bofetada. Prácticamente le pedí morir, le sugerí que se esfumara de la Tierra. Si hubiese sabido lo de su enfermedad antes no lo habría dicho. Jamás.

Investigué en internet sobre la enfermedad, cuando estaba en el hospital sola esperando a que sus padres y los míos llegaran, pude unir piezas y deducir muchas cosas. Felix no podía hacer ejercicio, correr o agitarse, eso explicaba por qué el profesor Manz nunca lo llamaba a competir con otros chicos. Felix se pasaba toda la hora de Gimnasia leyendo o durmiendo recostado en las gradas mientras escuchaba música a todo volumen. También pude comprender los motivos por los que no corrió tras el ladrón aquella vez que el cofre de Lena me fue arrebatado de las manos, literalmente. Sus desapariciones repentinas en el colegio, su visión amarga de la vida, su sarcasmo tan punzante...

Un beso bajo la lluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora