Capítulo Extra

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El martes después de clases partí al club de voluntario sin muchos ánimos. Una prueba de matemáticas nos quitó todo el entusiasmo que sentíamos al saber lo poco ya que nos quedaba de clases y para graduarnos. Salimos de la sala como soldados que apenas han sobrevivido a alguna batalla, salvando sus traseros con pura suerte. Incluso Jo se veía sin fuerzas para caminar, agotado y callado de milagro. Los gimoteos y las quejas no faltaron, muchos dijeron que tal magnitud de ejercicios hechos por el mismo diablo jamás nos lo enseñaron, y es que no estaba para más. La única persona que conservaba sus quedos ánimos era el Poste con patas, quien satisfecho al recibir la buena nueva del profesor sugiriendo que solo él, y nadie más que él, tuvo una nota sobresaliente lucía más arrogante que de costumbre.

Ese niño del mal... Qué rabia sentí al verlo jactándose de nuestro crudo estado con su sonrisa ladina, creyéndose el dios de las matemáticas.

—Buenas tarde —saludó Megura al vernos en la puerta. Su sonrisa cordial se fue en picada al ver nuestras tristes expresiones—. Oh, veo que no son muy buenas.

—Una prueba de matemáticas nos quitó lo bueno de la vida —­respondí haciendo orgullo a mi exageración en lo que iba a mi asiento.

—Sí, ahora pensamos seriamente en el suicidio —me siguió Jo, quien se dejó caer sobre la mesa como ropa.

El gesto compasivo de Megura quedó a medio camino cuando un altivo Felix emitió el chasquido estrepitoso que solo su boca podría emitir tan sonoramente. Hasta llamó la atención de Sam y la temible Loo, ambos al otro lado de la sala, hablando sobre no-sé-qué. Hablando. Mis dos incrédulos ojitos apagados se abrieron de golpe al notar tan asombrosa situación y mi revolucionaria costumbre de emparejar a quien se cruce por mi nariz me llevó a mirarlos como futuros novios.

—No estuvo complicado —habló Felix, como obligado por el interés que todos le prestamos de pronto—. La matemática va de lógica y memoria.

—Y raíces, potencias, logaritmos y más cosas raras que a un cuernudo con cola en punta se les ocurrió inventar —me quejé—. Cosas que nunca usaremos en la vida diaria.

—Cosas que están en la vida diaria —recriminó el inexpresivo de manera elocuente y mostrando una faceta tan determinada que herví con fuerza. Me convertí en una caldera hirviendo frente a su nariz. Y, como nada se le escapa, lo notó. Su altivo estado flaqueó ante mi evidente rojez, cuestión que despertó su lado más humano y sonrojado.

Dios... una pareja de jitomates, solo debíamos parecer. La buena noticia era que en caso de que a alguien por alguna razón aparente se le ocurriera hacer una fiesta de disfraces ya temíamos los nuestros.

Un beso bajo la lluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora