C u a t r o

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—¿Estás llorando?

Una pregunta inoportuna viniendo de Felix.

«No, baboso, me sudan los ojos», quise decirle.

Me contuve.

Guardé la lista en el cofre y sequé las precarias lágrimas que osaban a escurrirse de mis ojos y viajar por mis enrojecidas mejillas. Estaba apretando mis labios para que mi barbilla dejara de temblar pronosticando un mar de sollozos. No quería que el Poste con patas me viese así de vulnerable. A decir verdad, nunca me gustó que alguien me viese lloriquear, solo lo hacía frente a personas muy queridas... o en casos muy puntuales, como cuando el papanatas de Wladimir me dejó, pero allí estaba lloviendo y prácticamente a nadie le interesó verme a la cara si huían de la lluvia.

—No, es que soy alérgica al papel, así como tú lo eres hacia los gatos.

Miré hacia la ventana siendo una vez más consumida por mis recuerdos, suerte puesto que en el próximo paradero bajábamos.

De pequeña tuve la manía de contar cosas, llevaba una cuenta exacta de cuantos pasos hay desde la parada de autobús hasta mi casa. Solía contarlos siempre después de una aburrida tarde en la florería y, como costumbre, pensé en hacerlo dado a que mi compañero no parecía interesado en continuar nuestra dinámica charla en el bus; opción denegada; cuando mis pies pisaron tierra y el bus nos envolvió en una nubecilla de humo negro saliendo del tubo de escape, el cofre me fue arrebatado de las manos. Tardé unos... ¿tres segundos en percatarme que ya no estaba en mis manos?, y dos en ver al culpable.

Un sujeto de abrigo negro corría por la calle a toda velocidad como perseguido por perros rabiosos.

—¡Eh! —grité a todo pulmón, sintiendo mi garganta desgarrarse. Ni siquiera miré a Felix cuando salí en persecución del sujeto. Corrí lo más fuerte que mi mal estado físico me permitía.

Para compensar mi mala suerte, mi afinidad por usar vestidos poco ayudó, no porque temía que algún depravado me viese las bragas, sino porque se me enredaba en las piernas y dificultaba cada paso.

Recordé todas las películas y series donde un robo ocurre y decidí hacer caso a los hechos, volví a gritar:

—¡Ayuda, ese sujeto me robó!

No vi si alguien respondió a mi pedido, pero seguro mi grito llamó más la atención de los transeúntes que al mismísimo Felix. Veía ya todo difuso el instante espectacular en que, del cielo, cayó Batman. Literalmente, Batman.

Un chico con disfraz de Batman aterrizó de la rama de un enorme árbol junto a la vereda, justo encima del ladrón provocando que éste cayera al suelo y el cofre quedara a unos centímetros de sus dedos. Fue algo casi sacado de una película. El chico disfrazado se sentó sobre la espalda del ladrón y con sus manos le retuvo los brazos para que no forcejeara.

Un beso bajo la lluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora