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#ElClubDeVoluntarios

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El silencio en la sala era una tortura que probablemente me habría seguido durante el resto de mi vida. Ninguno de los presentes hablaba, era muy incómodo estar allí. Habría preferido ir a la sala de detención porque al menos en ella los más revoltosos de Jackson hablaban y lanzaban chistes o hacían travesuras; lo sé porque el gallinero y yo estuvimos un par de veces. ¡Pero club era lo peor! Era como ser exiliados de la sociedad porque solo asistían los raritos... y Loo... y yo.

Apoyé mi cabeza sobre la mesa y miré unos bancos más allá, quien parecía dibujar con mucho entusiasmo algo que no logré apreciar en ese momento. Me incorporé y observé a Megura, ella se mordía las uñas con nerviosismo apoyada en la mesa donde su novio dormía. Me giré sobre la silla, apoyé mi espalda en la pared y por el rabillo del ojo vi a Loo unos segundos; ella rayaba la mesa con la punta de un compás. Resoplé como lo haría un caballo y me eché sobre la mesa otra vez. Conté los «tic, toc» del reloj sobre la pizarra y cerré mis ojos un momento. Supuse que ese día sería eterno, pues ni siquiera habían pasado cinco minutos.

Cuando mis ánimos decaían aún más, la puerta se abrió.

Un ajetreo pareció entusiasmarnos. Todos prestamos atención al frente a la espera de los nuevos miembros del club. Ya me estaba haciendo una idea de que Joseff haría una entrada igual de impredecible que el día en que nos conocimos, con su traje de Batman y haciendo una pose ridícula. Esperé y esperamos, expectantes. Todo en mí se desmoronó, como un edificio, cuando Wladimir y su mejor amor entraron con una enorme sonrisa que me heló hasta la médula. ¡Santa madre de la papaya! Estaba perdida. ¿Y a quién miraron luego de entrar? Cualquier idiota con dos dedos de frente podrían suponerlo.

Sí, a mí. Pude ver el odio saliendo de sus ojos y su sonrisa maléfica serpenteando sus labios. Quise volverme invisible, pero después de años la evolución humana estaba estancada y nadie tenía las habilidades que hace siglos todos creían que tendríamos (y eso incluye los edificios llenos de tecnología, robots, etc.), así que todo lo que me quedó hacer fue rezar para que nada malo me pasara. O que Joseff apareciera a rescatarme. Era un hecho que Wladimir no tenía nada que hacer en el club, la castigada era yo, por lo que supe que una contra venganza hacia mí estaba aguardando a la salida del club.

—¡Perfecto! —Megura lucía contenta, después de todo el club tenía tres miembros nuevos. Pero ¿dónde rayos estaba Joseff? Necesitaba tenerlo cerca porque con él tendría que irme de vuelta, como de costumbre. Ah, claro, la mala suerte me fue heredada de mamá y nada podría salirme bien—. Pasen a sentarse, así todos nos presentaremos. —Mantuve la vista en el asiento libre frente al mío. Wladimir y su amigo Thomas se sentaron junto a mí, obviamente para que yo me sintiera amenazada—. Bien, me presento: Soy Megura Anderson, la creadora de este club.

Un beso bajo la lluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora