C i n c u e n t a y c u a t r o

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Si estás leyendo esto, entonces leíste mi historia. Aunque no la real.

La verdad es que... No conocí a Lena en una calle, éramos vecinas de habitación, su cama estaba al lado de la mía, al otro lado del biombo. A dos meses de mudarme de Los Ángeles, enfermé y tuve que hospitalizarme, ella fue la primera que conocí y llevaba mucho tiempo amasando amistades con chicos del hospital. En ocasiones nos aburríamos y escapábamos para tomar helado y contar los autos junto a la tienda de la carretera. Lena ya era parte del hospital, acostumbrada a vivir entre sábanas blancas, médicos examinándola, y el sistemático «pip» del monitor cardiaco.

Pero yo jamás me acostumbré a esa vida.

Había un deseo que ansiaba con toda mi alma, más que nada en el mundo: vivir como alguien normal. No quería amarrarme a mi enfermedad y dejar de conocer las cosas buenas que el mundo planeaba entregarme. Quería vivir siendo libre, siendo la optimista Floyd de niña, la que todos mis familiares conocían, la revoltosa con muchas preguntas, ganas de aprender y que hipaba cada vez que mentía. Un día, llegué a un acuerdo con los médicos y mis padres. Ellos entendieron, siempre se me dio bien el poder convencerlos. Viviría como una adolescente normal cuando entrase a Jackson, con la condición de hacerme chequeos médicos de vez en cuando. Era una buena propuesta; yo podría tener amistades, hacer la tarea, ser regañada por profesores malhumorados, viviría amores y desamores. Mi vida normal terminaría tras la graduación, entonces volvería a ser encerrada en una habitación, con chequeos médicos diarios, pitidos de la máquina, la muerte merodeando por los pasillos, esperando una mejora que no llegaría.

Planeé mi vida normal, visitando a Lena cuando su enfermedad se agravó, enamorándome de chicos malos, ganando experiencias de vida, conociendo al gallinero, disfrutando de los detalles que la vida, poco a poco, me iba entregando.

Entonces llegaron los Fredericks y mi vida normal se volvió en extraordinaria.

Empezando por mi primer beso al salir de la pizzería, cuando salió del baño y me descubrió leyendo la lista. Fue un terror hecho gráfico el que haya descubierto mi secreto, pero en su lugar hice lo que pocas personas se atreverían a hacer: le pedí su ayuda sin dar muchas explicaciones del porqué. Le di un terrible discurso sobre la vida, sobre conseguir las cosas para vivir sin arrepentimiento, y planté un beso en sus labios. Mi primer beso.

Bien... Debo confesar que no era la primera vez, mis labios ya habían sido profanados en una experiencia completamente diferente, con un chico al que le había perdido todo el respeto. Archie.

Yo quería un beso de verdad, que no me fuese forzado. Uno que yo lo diera.

Para ese entonces Felix no tenía idea de mi enfermedad, ni el motivo detrás de la lista. Él solo creía que era la niña loca y traviesa con deseos de explorar el mundo hasta el lugar más recóndito. La odiosa Floyd de siempre. Él no solo fue testigo de mi recaída tras meterse en mi habitación y leer mi lista, también fue el gestor de todo este teatro.

Un beso bajo la lluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora