C u a r e n t a y c i n c o

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A menos días de los que pudiese querer, la graduación nos pisaba los talones

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A menos días de los que pudiese querer, la graduación nos pisaba los talones. Igual que los años anteriores, los pasillos se iban colmando de rumores charlas y las posibles votaciones para las icónicas personas que se caracterizaron por sus personalidades y dotes; como El y la más habladora, La o él más deportista, El señor y la señora Bufones, El premio Amargo, entre muchos más. Las ventas de boletos ya causaban un dineral para sustentar los gastos del baile, muchos también hacían insinuaciones sobre a quién invitarían a ir. La banda que tocaría se convirtió en un misterio que a muchos tenía mordiéndose las uñas, así también a los incognitos animadores.

De entrada Jackson lucía como una ciudad caótica. Joseff describió el colegio como Gótica en manos de Bane y Felix, sacando más de su lector interior, dijo que la revolución por la que pasaban los estudiantes se asimilaba al libro de papá, Radioactivo, después de que los ciudadanos se revelaran contra el gobierno. Ambos tenían su parte de razón. De entrada te encontrabas con la tormenta de afiches con la temática del baile, la fantasía; sus decoraciones verdonas y brillosas muchas veces me embobaron. Tantas escarchas nos tenían locos.

A mi indecisión sobre tomarme un año de relajo o estudiar alguna cosa, se vio opacada ante la nueva problemática que acongojaba a todos los adolescentes solteros, tímidos y con miedo al rechazo: con quién "arrasaría" la pista en el baile de graduación.

Mis ojos enfocaban a cierta persona, pero me carcomía la mente pensando en dar el primer paso.

Una mujer hecha y derecha hoy en día toma la iniciativa sin esperar que él sea el primero en hacerlo, pero tratándose de una McFly sin agallas y que con el simple tacto ya se convertía en un tomate andante... las cosas no jugaban a mi favor. Menos si del inexpresivo Frederick se trataba. Esperar a que él decidiera ir sonaba tan irreal y absurdo que estallé a carcajadas dentro del baño cuando lo pensé.

Mas las carcajadas duraron poco; el abuelo cenaría con nosotros, lo que significaba muchos minutos de tensión.

Sentados alrededor de la mesa, el sonido de los cubiertos chocando contra los platos resaltaba menos que las miradas intensas por parte de todos los presentes. Papá se sentó a la cabeza, mamá a su izquierda y yo a su derecha. El abuelo al otro lado; por lo que él y papá eran distanciados solo por la mesa. Tía Ashley se sentó junto al abuelo, y apenas podría tragar sin toser. En un punto de la cena me pregunté si estaba enferma, sin embargo, cuando las insinuaciones pesadas —rutina de esta clase de encuentros— salieron a la luz y empezó a toser con más reiteración, todo quedó claro.

Empezó como una pregunta, quizá mal elaborada y sin doble sentido.

—¿Cómo va la empresa, papá? —preguntó mi tía y luego agarró la copa de vino para beberla sin dejar ni una gota.

—Bien. Llena de ocupaciones, como podrás notar —respondió sagaz el abuelo sin apartarle los ojos de encima al trozo de carne que pinchó con el tenedor. La examinaba como tantas veces lo hacía con todo—. Desearía tener el apoyo de mis hijos, pero desde hace mucho tiempo que la empresa, que por años forjé, no les importó.

Un beso bajo la lluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora