O n c e

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#Floyd

#UnaMesaParaDos

#UnaMesaParaDos

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«Debe ser una broma...», pensé cuando la puerta de vidrio casi me golpea la nariz. Por suerte, y gracias a mis reflejos gatunos, pude sostenerla con las manos justo a unos cinco centímetros de convertirme en la hija de Voldemort. Mi nariz estaba intacta, pero mi orgullo podía haber caído por los suelos; un grupo de estudiantes se reía de mí dentro de la pizzería. Felix no escatimó en permitirme entrar, sino que abrió la puerta y dejó que ésta se regresara causando mi desasosiego. Refunfuñando lo observé con mi dinero en su mano y su infaltable expresión de «me importa un moco todo el mundo». Caminó hacia la caja y le causó más de un mar de nervios a la cajera universitaria que lo atendió, lo sé porque su cara se puso de todas las tonalidades del rojo. Me sentí bien al saber que no era la única que pasaba por lo mismo.

Hice un esfuerzo por empujar de la enorme puerta de vidrio y me apronté a entrar. Un fuerte golpe se escuchó cuando la puerta chocó con el umbral, entonces más ojos curiosos se posaron sobre mí. Desplegué una sonrisa culposa al tiempo que imploraba misericordia.

Felix renegó con desaprobación, volviéndose hacia la cajera quien le entregaba el vuelto. ¿De verdad el muy... inexpresivo pretendía dejarme afuera? ¡Qué desdicha! Ese dinero había salido de mis bolsillos, lo había ganado trabajando en las vacaciones de invierno en la florería con tía Sarah y su novio, sudor y sangre habían colmado las horas de trabajo para merecerlo.

—¿No te dije que mirarías desde afuera? —espetó el Poste al verme llegar junto a él.

Lancé un extraño sonido con mi boca, uno muy indignado. No podía creer que de verdad Felix hablaba en serio, o quizás su humor era demasiado agudo para mí. No podía entenderlo. De hecho, hasta ese momento mi interés por descifrar qué pasaba por su cabeza era casi nulo. Un dos de cien constaba mi interés en él.

Pero eso cambió aquella misma tarde.

Con el dinero en mano, pretendió guardarlo en su bolsillo como si mi mano alzada esperando a que me lo entregase no existiera. La miró de reojo, sacó el dinero de sus bolsillos y lo colocó sobre mi piel. Sus dedos estaban fríos, lo que fue una corriente muy contrastante con mi tibia piel.

Caminó hacia una mesa cuadrada junto a la ventana, puesto con solo dos sillas. Colocó su enorme mochila negra sobre una y se sentó en la otra, mirándome como suficiencia.

Respira hondo. Inhala, exhala... inhala, exhala..., me repetía yo.

Dicho y hecho, contuve mis enormes ganas de explotar y lanzarle la mochila encima, así que hice lo que cualquier persona civilizada podría hacer. Tomé prestada una silla de otra mesa y la puse a junto la de Felix, quedando frente a la ventana.

Un beso bajo la lluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora