T r e i n t a y s i e t e

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Otro posible candidato

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Otro posible candidato. Otro abrigo marrón. Otro recuerdo que aquella lluvia.

Debía ser una coincidencia. Vamos, ¿cuántas personas con abrigo marrón podían existir en la ciudad? La respuesta se me hizo obvia y argumentalmente fuerte para declinar la idea de que ese deportista con una indiferencia clara hacia el espacio personal, porque no olvidé ni por un segundo que quien me agarró era él.

Su lado pertenecía al de Fredd y el chico musculoso de la pelota, al que por cierto no vi en toda la semana, razón para estigmatizarlo como un potencial enemigo.

—¡Chicos, venimos a echarles una mano!

La suave voz de Megura me distrajo del distante objetivo con abrigo marrón, quien parecía hablar con el profesor Manz sobre algo muy importante, pues su cercanía podría ser bastante perturbadora.

Negué con la cabeza alejando todo pensamiento insano y prejuicioso, para volver a mi torpe estado cotidiano.

—No deberían estar aquí, realizamos un castigo impuesto por el director.

Felix y su comentario recto y frío.

—Pero una ayudita no le hace mal a nadie —habló Jo acercándose al tarro de pintura.

—Es mejor que estar encerrados dentro de cuatro paredes con estos idiotas —siguió Loo pateando una pequeña piedra que revotó contra la pared y cayó hasta mi zapatilla.

Acto siguiente, la rubia más temida de Jackson pasó junto a Felix para pasar su dedo sobre la pintura recién pintada, ensuciando su dedo. Creí por un momento que lo limpiaría en el rostro del Poste, pero no, la rubia se lo enseñó a Sam amenazando con mancharlo.

—Entonces... ¿ayudamos? —preguntó un somnoliento Josh en medio de un desagradable bostezo.

Su novia no reprimió la expresión de desaprobación y yo no oculté la mueca de asco.

—Por mí está bien.

Lo estaba, mientras más rápido acabáramos con el enorme muro mejor, no quería terminar teniendo pesadillas donde protagonizaba a una pobre adolescente con el deber de pintar la muralla china.

—Necesitamos más brochas. —Jo por un momento lució como una cachorro ladeando su cabeza mirando el tarro—. ¡Yo me ofrezco como voluntario!

—¡Yo también! —grité alzando mi mano al cielo.

Y en cuanto el eco de mi chillona voz se reprodujo por todo Jackson —y sabrá Dios hasta dónde más—, un silbido rompió con aquella extraña sinfonía.

—Eh —grito el chico de abrigo marrón, el responsable del silbido—. ¡Bonita!

Mi cara ardió al rojo vivo bajo un celeste cielo iluminado por el esplendoroso sol. Lo describo así porque el día estaba tan claro que mi rostro sonrojado no podía ocultarse ni siquiera bajo mis brazos.

Un beso bajo la lluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora