D i e c i n u e v e

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#SemanaDeFloyd

#DientesDeLata

#DientesDeLata

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—¡Todo este tiempo fuiste tú!

La mirada de Felix se apartó de la pantalla del celular para clavarse en mí. Caminé hasta la cama y me detuve cuando mis rodillas chocaron con ella. El Poste, tan serio como de costumbre, alzó una ceja, me detalló con sus ojos y volvió al celular.

—¿De qué hablas?

—¡De que eres Synapses! Que me mentiste antes.

—No soy Synapses.

Renegó, otra vez. Lo hizo de forma pausada como si controlara su colérico estado para que éste no saliera a la luz. Me abalancé sobre la cama para quitarle el celular. Quizás era una acción muy impulsiva para alguien que solía mostrarse tan calmada como yo, pero debía hacerlo, era la única forma de comprobar que no mentía. Sin embargo, apenas mi pecho se arrastró con la cama, mi cabeza dio de frente con la almohada. Cual felino (probablemente haciendo honor a su gatuno nombre) Felix se levantó de la cama antes de poder tocarle siquiera un dedo.

—Estás demente —dijo en un tono displicente.

Alcé mi cabeza para mirarlo entre mi alborotado cabello y volví a abalanzarme en busca del celular. Un ágil Felix volvió a moverse. Comenzaba a ser una práctica muy bizarra: él era el torero y yo el toro.

Di con la silla junto al escritorio, y antes de estrellarme contra ella, logré aferrarme al respaldo. En el momento me giré hacia el Poste, quien retrataba con una sonrisa ladina moviendo su celular a un costado jactándose de mis inútiles intentos por obtenerlo. No sé si me ofendí porque se mofaba de mis penosos ensayos o porque lo hacía de mi aspecto de loca. No le di mucha importancia y pretendí hacer otro intento. Él con mucha habilidad se hizo a un lado, fue entonces que me lancé a la vida en busca del bendito celular.

"La tercera es la vencida", eso es lo que todo el mundo dice, y para mi fortuna, funcionó tal dicho. El celular estaba en mi diestra, la cual empuñaba con fuerza.

Pero la situación no podía ser tan simple. Claro que no, pues un impulso tan atolondrado y torpe tuvo su consecuencia.

Apenas descubrí que el celular estaba en mi mano, sonreí evitando un gran y victorioso «ja» en contra de mi contrincante. En ese instante, ese minúsculo momento en que mi respiración se contrajo y respiré hondo, que caí en la penosa realidad. Mi pecho chocó con el de Felix. Mis piernas estaban a su costado, acorralándolo. Estaba encima de él, los roles se habían invertido, y todo indicaba que estaba jugando a montar al toro mecánico. Sentí el olor a champú —el mismo que debíamos compartir— que se mezclaba con un extraño, pero muy agradable aroma. Apoyé mi otra mano sobre la cama para levantarme un poco y verle.

Un beso bajo la lluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora