C u a r e n t a y u n o

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Ver a Felix siendo trasladado en una camilla hacia la enfermería es una imagen que no borraré jamás. Los chicos aglomerándose para saber qué sucedía, las miradas, los murmullos, el silencio que se redujo al Club de Voluntarios. Los seis miembros del club esperando a que los padres de Felix o una ambulancia llegaran. Ni siquiera presté mucha atención, debo admitir, todo lo que quería saber era si Felix Frederick se encontraba bien. O que en realidad solo era un sueño, que estaba dormida, teniendo una horrible pesadilla, porque así se sentía: como una detestable pesadilla.

Hace unos minutos estábamos charlando. Hace unos minutos me había sonreído.

Cuando el señor Frederick llegó en compañía de la señora Frederick y Carlotte, quise preguntar cómo se encontraba ya que a nadie le permitieron la entrada, excepto los profesores que conocían del estado de Felix. El timbre para ingresar a la última clase nos puso a todos en alerta, incluyendo los chicos del club que seguían esperando, al igual que yo, una respuesta. Sin embargo, apenas pudimos preguntar. Cuando sacaron a Felix para llevarlo al hospital nos vimos envuelto en la penosa realidad, los rápidos pasos hacia la salida, las llamadas interminables y de nuevo el silencio.

—¿Niños, no deberían estar en clases?

Esa fue la enfermera antes de cerrar la puerta de la enfermería.

—¿Cómo está Felix? —se apresó en preguntar Joseff.

La enfermera hizo una mueca de disgusto, no sé si porque estábamos faltando a clase o porque no le respondimos. ¿Acaso valía la pena hacerlo? Claramente nuestra prioridad se trataba del chico al que acaban de llevarse. Opté por una tercera opción que justificaba su cara, pero la decliné con su respuesta.

—Estará bien. Tiene anemia. Estará bien.

Lo repitió dos veces, eso no infundía mucha confianza. Una vez que nos ordenó regresar a nuestras salas y cerrar la puerta, me di cuenta de que no fui la única con ese pensamiento.

—No suena como un "estará bien" —se quejó Loo—. Maldita mentirosa...

—¡Loo! —saltó Megura horrorizada—. Estás afuera de la puerta, por Dios.

—Adivina qué, santurrona: ¡no me importa si me escucha!

—No le hables así a mí novia —gruñó Josh, dando un paso hacia Loo, que estaba de brazos cruzados apoyada en la pared junto a la puerta de la enfermería.

La rubia más ruda de Jackson rio con sarcasmo dispuesta a decirle otro de sus comentarios, mientras, un tímido Sam me posicionaba entre ambos antes de que se agarraran.

—No es el momento, chicos —decía forzando la voz.

Y eso bastó para que se calmaran.

—Exacto, no es el momento —dijo el Chico Batman, luego se dirigió a mí—. Floyd, ¿no tienes el número de los padres de Felix para saber cómo está o en qué hospital están? Yo solo tengo el número de teléfono de su casa.

Un beso bajo la lluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora