|Capítulo 33|

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Abro los ojos, me duele la espalda, aún con el mínimo movimiento ¿En qué momento me he quedado dormido? Estoy sentado en la silla, con la cabeza apoyada en la cama. Al levantar la cabeza miro a Sophie descansar, parpadeo un poco para terminar de despertar, me asusto cuando noto que en el sillón está Stella con las piernas cruzadas y no sé si alegrarme o empezar a pedir se no sea tan grosera conmigo.

—Estás muy cómodo, ¿No? —Dice burlona. Mantiene su buen humor a pesar de todo.

—La verdad, no. Me duele la espalda, ya sabrás que ésta no es la mejor posición para dormir.

—Se ve bien. —Camina hacia la cama. —Pobre niña, aún no me lo puedo creer. Algo tan feo en alguien tan lindo como lo es ella, es tan chiquita.

—Y está así por mi culpa, vamos, dilo. —Trato de mantenerle la vista fijamente en sus ojos.

—Culpándote no vas a conseguir nada, me he hecho el examen. Igual y en un golpe de suerte puedo salvarle la vida a Sophie.

—Gracias. —El nudo en mi garganta vuelve a aparecer. — ¿Por qué es tan difícil?

Rodea la cama para fundirnos en un abrazo, posiblemente es la única persona en quien puedo confiar, verdaderamente. Además de mis padres, hemos sido amigos por poco tiempo, pero ha demostrado ser digna de mi confianza.

—Porque así es la vida, y la adoras. Ya verás que esta pequeña de aquí va a recuperarse, yo necesito a mi mejor compañera de bromas. Nadie comprende mi humor negro como ella.

—Mi hija es especial. —Limpio una lágrima solitaria que baja por su mejilla.
—He llamado al señor Bell y me ha dado indicaciones para que te diga que ni se te ocurra pisar la empresa, puedes tomarte un tiempo. Hasta que la salud de Sophie mejore. Él vendrá a cubrir el puesto, y por supuesto a visitar a la pequeña. También dijo que el seguro está disponible para cuando desees hacer uso de él.

—Eres un sol, de verdad. Gracias, Stella. Agradezco tu ayuda.

Entra una enfermera, ella viene a revisar a Sophie. Tenemos que salir, para poder platicar en otro lado, adentro sólo la despertaríamos, y a mi hija le beneficia dormir.

En la sala de espera aprovechamos los sillones para sentarnos.

— ¿Y mis padres? ¿Los has visto? Según yo, estaban por aquí. —Hago un gesto para que tome asiento primero.

—Querido, ¿No te has fijado en la hora? Es de noche, a ese par de cabezas duras los envié a descansar, les dije que me quedaría para acompañarte.

— ¿Que tanto les has peleado para que hicieran caso? —Ríe en un tono burlón.

—Casi los saqué con los de seguridad. Mañana temprano volverán, cuando den los resultados. Y yo me iré a trabajar. Ya sé a quien has salido tan cabezota.

— ¿Cómo vas a desvelarte y luego irte a trabajar? Pide el día, es más, yo te lo doy.

—Por favor, como si no supieses de las nochecitas que me he aguantado desde que tengo memoria, y luego aparezco como si nada, además no puedo, porque Zoe ha pedido unos días, me lo dijo el señor Bell cuando le propuse que ella quedara a cargo, así que no pienso abandonar al pobre Ted con el insufrible de Allen.

— ¿Sabes si estaba enferma o algo? Yo la vi irse bien cuando estuvo aquí. —Murmuro dudoso. — ¿Cómo va ese asunto con Ted Mayer?

—La verdad no lo sé. Llegó a sacar unos papeles y no volvió, tampoco he hablado con ella. Intenté llamarle, pero no me respondió. —Zoe no es así. Trataré de llamarle luego. —Y pues, conocí a los señores Mayer, sucede que su madre es mayor que el padre, por doce años, doce. —Se está burlando de la pobre mujer. —Todavía la edad de diferencia es mayor, parece que es normal en los Mayer enamorarse de un vejestorio. Así que no pueden oponerse a nada.

Prometo Quererte SiempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora