38. Sigue adelante.

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Kelsey.

La mayoría de las personas pierden tiempo buscando el lugar donde sólo se necesiten así mismos. Un sitio en donde creen que pueden ser capaces de valerse por sí solos sin necesitar de nada ni nadie. Es como una superación que les genera satisfacción al saber que pueden hacerle frente y derribar cualquier adversidad que el difícil mundo en el que hoy vivimos les presente. Pero precisamente ése lugar suele ser donde estamos ahora.

Apreté las rodillas contra mi pecho aferrándome a ellas lo más fuerte que pude, las uñas de mi mano derecha se clavan en la izquierda y unas lágrimas se abotonaban en mis ojos... las contuve. No podía llorar. No ahora.

Mi respiración se entre corto. Unos pasos se acercaban por el pasillo. Dios. Apreté con aun más fuerza mis uñas sobre mi piel, enterrándolas y haciéndome así daño. Pero no me importó. Sostuve con más fuerza las piernas, he intente no soltar ningún ruido. Los pasos se pararon. Unas botas se veían por debajo de la puerta del baño público donde estaba escondida. Por unos segundos deje de respirar, hasta que los pasos se alejaron, volviendo a retomar su camino.

Negaba incontables veces tratando de creerme mi propia mentira ¿Por qué tenía que sucederme esto? ¿Por qué a mí? ¿Tan mala había sido a lo largo de mi vida? Había alejado a personas por el miedo, había abandonado mis sueños...

Me quedé un par de minutos ahogándome en llanto antes de salir para lavarme la cara, ni siquiera me molesté en mirarme en el espejo, no quería ver lo destrozada que me encontraba en estos momentos , sequé mis manos en mis pantalones, me coloqué el gorro para ocultar mi asqueroso rostro y salí de allí.

Me sentía aún más horrible por todo lo que estaba rodeándome, los autos y sus bocinas, las risas de los niños que caminaban por la calle, el viento que hacía bailar mi cabello. Recorrí las calles que albergaban de nuevo la vida y que parecían actuar como siempre, normales, mientras yo estaba en un estado mental deplorable, con un montón de ideas desfilando en ella. Se estaba haciendo tarde, lo sabía, sólo que no me importaba realmente, es más, la idea de caminar por la noche cruzó varias veces por mi cabeza. No quería llegar a casa. No quería actuar como si nada hubiera pasado, no quería encontrarme con un padre que actuaba como si todo estuviera de maravillas, ya era bastante doloroso.

Hice mi camino hasta una cafetería, al menos no había cerrado aún y necesitaba algún líquido caliente recorrer por mi cuerpo. Un par de veces choqué con hombros y brazos, murmuré disculpas sin ni siquiera sentirlo realmente y continué; antes de pasar por casa decidí esquivarla, entré por una calle antes y la recorrí hasta salir más adelante. Justo cuando llegaba por la esquina, sentí la ridiculez que había cometido. ¡Por todos los cielos, sólo tenía que pasar por allí!

Al llegar a cafetería todo lucía normal, como siempre lo había sido solamente que yo era la diferente allí. Mientras recorría el pasillo en busca de alguna mesa, divisé un grupo de amigos amontonados en una esquina, parecían emocionados hablando sobre quien sabe que. Estaba siendo consciente que cada paso que daba me llevaba más cerca a ellos, lo cual significaba que, si bien no los conocía, era muy probable que terminara en algún momento bochornoso. Mi estómago se encogió ante la idea. Extrañaba a mi amiga, de verdad lo hacía y aquellos chicos no hacían nada más que recordarla.

Alguien posó su mano sobre mi hombro, y aunque había un montón de personas a mí alrededor, di un respingo del susto.

-Hola, Señorita. -La voz asquerosamente alegre de una mujer a mis espaldas me causaba molestia, luego me sentí molesta conmigo misma por pensar de esa manera cuando la del problema era yo. Al no contestar nada, frunció el ceño. - ¿Se encuentra bien?

Me aclaré la voz rápidamente. –Sí, sí, estoy bien. -respondí fingiendo una sonrisa.

-¿Busca alguna mesa? –Me volvió a preguntar amablemente como si todo estuviera estúpidamente normal y es que lo estaba, yo era la única que no encajaba aquí, yo era la única del problema.

-Sí. -Mi voz sonó brusca y agresiva, aquella chica retiró su mano de mi hombro.- Lo-lo siento, ¿Tienes alguna mesa disponible?

Asintió. –Hay una mesa disponible por aquí. Sígueme.

Y así lo hice. El camino hacia la mesa se sintió solitario y con la vista clavada en las baldosa todo me pareció un borrón con sonidos mezclados. Estaba comportándome como una adolescente depresiva que odia la vida. Era muy frustrante porque todo me parecía morir a mi paso.

-Y aquí estamos, la única vacía es esta mesa... -Me miró por un par de segundos. -¿No le importa estar al lado de la ventana?

Negué. –No, gracias.

-¿Quieres un café, té o agua?

-Un café estaría bien. –Le dije mientras la chica anotaba en una libreta rosa pálido.

-¿Algo más? –Negué. –Bien, en un par de minutos volveré con su café.

No me limité a darle las gracias porque simplemente no andaba de ganas. Me voltee a ver a las personas que se encontraban dentro de la cafetería, un par de personas se encontraban solas al igual que yo, se encontraban muchas familias malditamente felices de sus vidas.

Cerré los ojos por el repentino dolor en el pecho.

No me desmoronaré otra vez. No me desmoronaré otra vez.

La impotencia se levantó dentro de mí, consumiendo todo a su paso. La empujé a la parte trasera de mí mente, enterrando la desesperación en lo más profundo de mi cabeza procurando olvidarlo por completo. Dirigí mi vista hacía la ventana, para ser tarde transitaban muchas personas. Desviaba la mirada cada vez que veía una pareja de amigos, novios o incluso familia.

Luché contra las lágrimas y vi como la camarera avanzó hacia mí. Aún no había dicho a nadie mi condición. No podía. Las palabras siempre quedaban atrapadas en mi garganta, negándose a salir. Por alguna razón, decirle a Abby se sentía como el fin, como si supiera que no iba a quedar mucho tiempo. No estaba preparada para hacer frente a esto. Alguien me podría llamar tonta por no enfrentar la realidad, pero esto era demasiado duro para siquiera dejarlo pasar y actuar como si todo estuviera perfecto en esta vida.

Negándome a dejar que caiga una lágrima , me centré en el café ya entre mis manos.

Traté de no pensar en lo que había dejado en mi apartamento, ahora ya a un kilómetro de distancia. Había tantas cosas en mi vida que me hicieron ser quien era. Cosas que pensé que me definían. Ahora ya se habían ido, tomados de mí en un abrir y cerrar de ojos, nada más que un recuerdo. Nada de eso importaba ya.

Habían pasado un par de días desde que mi padre me contó todo. El dolor desgarraba constantemente mi pecho. Llevaba la angustia conmigo en todo momento, se convirtió en una parte de mí, como mi propio brazo o una pierna. Estos días me sentía como si un gigantesco edificio se hubiera derrumbado encima de mí, y me había dejado atrapada y desesperada en busca de aire. Esperé a que alguien me rescatara y me sacara de debajo del peso de un dolor constante, pero nadie vino. Todos los días he intentado arrastrarme fuera de la lucha, cortar mis manos y dejar un rastro de desesperación detrás. Pero nunca podría ver la luz del día, sólo la oscuridad. Nadie sabía lo mucho que me hacía daño. Lloraba por las noches. Cada momento que pasaba, cada familia unida me erosionaba completamente. Pero quedaba una parte terca en mí.

Sigue adelante, susurro. Así que escuche.

Entonces, supongo, que somos quienes somos por muchas razones. Y tal vez nunca sepamos la mayoría de ellas. Pero aunque no tengamos el poder de escoger de dónde venimos, aun podemos elegir a donde queremos ir desde ahí. Aun podemos hacer muchas cosas. Y aun podemos intentar sentirnos bien al respecto.

No me olvides (#2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora