Capítulo treinta y tres.

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Alguna parte del mundo / 5 de Septiembre / 11:34am

Querida maestra: 


Ayer luego de jugar vídeo juegos unas buenas horas me aburrí ya que perdía demasiado. Lucas llegó arriba con una taza de chocolate, como lo prometió, y me dijo que saliera de allí, que lo dejara a él porque yo era muy mala. No dije nada, solo puse mala cara y bebí del chocolate. Bajé dejándolo solo y decidí darme una vuelta por los alrededores para explorar un poco y saber en donde estaba parada. 

Pasé fuera de la habitación de mi hermana, ella repetía unos dígitos numéricos y los anotaba en su cuaderno. Llevaba puesto sus anteojos y un moño desordenado en la cabeza, parecía toda una universitaria. Me gustaría llegar a ser eso cuando sea mas grande. Me gustaría ser como mi hermana mayor. Inteligente y preocupada, que hasta en sus vacaciones estudia. ¿Quién hace eso? Yo con suerte agarro los cuadernos y ni eso, al llegar a la escuela ya no tengo idea de como escribir. Se me olvida todo. 

Me reí de mi y salí por la puerta de entrada para respirar aire fresco. Eran las cinco de la tarde en ese entonces, el chocolate caliente estaba un poco frío. No me daba calor en las manos, así que lo dejé bajando las escaleras de madera. No tenía idea de donde estaba Aiden, decidí buscarlo. Un bosque hermoso se abrió paso frente a mi. Era la vista mas hermosa, claro, después de ver dormir a Aiden Bellerose. Las ramas en el suelo crujían cuando pasaba por encima de ellas, los pájaros cantaban y las nubes pasaban por arriba de mi. Dando vueltas y vueltas por derredor escuché un suspiro relajado. Decidí andar hacia esa voz que tarareaba una canción de piano. Claro de Luna. Una melodía demasiado conocida para mi. Esa armonía me recordaba a Aiden. Para mí... esa canción era él. Y alguien la estaba tarareando en tenor. Su voz era suave, profunda, grave y tranquila. 

Cuando me adentré un poco más al bosque pude ver que debajo de un árbol del cual traspasaba la luz del sol estaba un muchacho de cabello negro con los ojos cerrados. Mi corazón comenzó a bombear muy rápido. Deseaba dibujarlo para no olvidarlo nunca, pero yo no tenía aquellos dones artísticos. Deseaba llamar a alguien que supiera hacerlo y que dibujara la escena frente a nuestros ojos. 

Me aproximé lo mas que pude, pero no quería sacarlo de su trance así que me mantuve a una distancia considerada. Quería escucharlo toda mi vida. 

"Elle..." Susurró de pronto. Me escondí detrás del árbol en el que él se mantenía recostado, me tomaba el pecho con susto. ¿Me había descubierto? ¿Sería echada y no volvería a escucharlo tararear nunca mas? "Ella es..." Volvió a susurrar. No sabía si salir de mi escondite o no. No sabía si estaba susurrando aquello porque quería susurrarlo o porque me estaba llamando para que saliera de mi guarida. "Ni la naturaleza misma sabe todo lo que siento por ella." 

Abrí los ojos sorprendida. Mis oídos se taparon y mi vista veía borroso. No creía lo que había escuchado. Seguro era una broma. ¿Hablaba de una chica? ¿Le gustaba una chica? Me quedé observando un lugar fijo. Quería seguir escuchando, pero... no quería ser así. Estaba siendo una fisgona. 

"Quisiera decirle todo, mais je suis très timide." 

Eso ya lo había escuchado. ¿Recuerda cuando se lo escribí a usted en una carta anterior? Quería decírselo todo, pero era demasiado tímida. ¿Lo recuerda? 

¿Por qué la timidez estaba entremedio del amor? 

"Ella es como el cielo. Como el atardecer. Como el piano." Asomé mi cabeza por un lado del tronco. Su mano derecha y pálida estaba alzada hacia el cielo. Estaba enamorado de una chica. Él no podía decir sus sentimientos por el retraimiento. Estaba asustado. Quería decirlo, se veía. "Ella es un Claro de Luna." 

Vaya, pensé. Está completamente enamorado

Por un momento la rabia y el egoísmo entró en mi. Una chica se había ganado el corazón de Aiden Bellerose, cosa que yo no había podido hacer. ¿Cómo ganarlo? El no dejaba su corazón a la vista. Yo no podía tomarlo. No sabía como hacerlo tampoco... y esa chica que era como el cielo, el atardecer y el piano, esa chica que era un Claro de Luna se había ganado el corazón de oro. Lo había conquistado con su música y sus sentimientos. Luego del dolor y la envidia entró el agradecimiento y la felicidad. Estaba segura de que debía ser una chica hermosa y de buen corazón. Que con buenas palabras y momentos había peleado para romper el gran escudo que Aiden ponía a su alrededor. Que con paciencia se había metido dentro de él y había ablandado al frío chico pálido. 

Me dejé caer en el terreno de tierra debajo de mi, como si de un saco de patatas se tratara. En ese momento no me importó si él me escuchaba. Estaba feliz porque Aiden había sido roto. Ahora ya no era frío... era calcinante

"Haru..." Estaba frente a mi. Yo no podía mirarlo, solo observaba el suelo cubierto de ramas con una sonrisa triste. "¿Qué estas haciendo aquí?" Se acuclilló frente a mi y me observó serio. Era obvio que las sonrisas las guardaba para su chica. Para su enamorada, no para mi. No quería decir nada. No quería decirle que sabía lo que él sentía. Así que me levanté de un salto un tanto feliz y dije con una sonrisa de oreja a oreja: 

"Llegué recién, vi una ardilla y me agaché para verla pero se fue en cuanto toque la tierra. Lo siento, Aiden. ¿Te asusté?" Pregunté comenzando a caminar hacia la casa. Quería llorar. 

"¿Y no me viste? Estaba al otro lado del árbol en el que estabas apoyada." Murmuró detrás de mi. 

"No. No te vi. ¿Por qué estabas ahí?" 

"Por nada."


Con cariño,  Haru. 


TIMIDEZ.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora